25.8.10

PARA MATIZAR LA LECTURA

26.10.08

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Citas sólo con mención de fuente.

18.5.06


WILLIAM PILGRIM
ARCHER x ARCHER
Traducción de Amílcar Romero

NOTA DEL EDITOR

En realidad, esta bitácora reúne dos volúmenes del antropólogo social William A. Pilgrim, de la Universidad de San Diego, descendiente de chicanos y judíos. El primero, que le da el título general, es un paciente reprocesamiento de las ideas de Lewis Alfred Archer, Lew Archer, alter ego del genial Ross Macdonald, pero a su vez hijo literario de Miles Archer, el cornudo misteriosamente asesinado en El halcón maltés, de Dashiell Hammett, que motivó una reacción de Raymond Chandler, que es sarcásticamente discutida en la segunda parte, cuando realiza un identikit del más que curioso personaje de papel que envejeció con su autor y se esfumó antes de la muerte de éste, a mediados de 1983, luego de una larga convalescencia por un episodio cerebro vascular.

Las sorpresas no son pocas. Los famosos detectives privados, cuya saga famosa en los duros fue iniciada por el cínico de Sam Spade, aparecen en acción, desdibujados por la madeja de la trama y resultan bastante idealizados. En este sentido, el trabajo de la primera parte hecho por Pilgrim es desacralizador: el sistema de ideas y valores de Archer lo pone más lejos del papel que nunca. Por fin, en el identikit, el intencional entrecruce entre la vida del autor y de otros autores y trabajos varios, sumerje a todos en un mundo si no ajeno a lo cultural académicamente concebido, por el contrario lo sumerge en una cultura más vívida, casi al borde del chusmerío y de las ramplonerías de la vida diaria, con rencillas, envidias y miradas de reojo.

Dos trabajos, por último, extrañamente inéditos en castellano, los que a partir de ahora se incorporan a la riqueza y densidad de la obra de quien quizá sea, de lejos, no el mejor autor del género llamo policial, sino el de un gran escritor que utilizó intriga criminales para devolver al mito, según le declaró él a la revista Newsweek en 1971, lo que Sigmund Freud había convertido en psiquiatría desde ese mismo mito y en un mundo donde cada hecho violento individual está cada día más cerca de la hecatombe total.


Buenos Aires, mayo 18 del 2006.

17.5.06

CONCIENCIA PROFESIONAL

Representación del dual signo zodiacal Géminis.

Mi nombre es Archer. Lew Archer. Soy detective privado, una especie de sociólogo pobre, de sacerdote degradado. Perseguidor de ladrones, descubridor de cadáveres y oídos prestos para todo el mundo, soy un contragolpeador, como la mayoría de los norteamericanos. Rastrillo humano, consejero aficionado, hombre de acción –por lo que sé, un perro de presa, un chacal-, bendito gemelo (*) y partero de los recuerdos, soy un fantasma del presente a la caza de un minuto sangriento del pasado. Acompañado de mi complejo mesiánico, no soy más que un tipo que trae malas noticias y a quien ajustician; un mensajero portador de malas nuevas, igual a aquellos a quienes en los viejos días, se les daba muerte.

Fui policía y aún lo soy, en cierto sentido. No soy más que un ex policía que trata de ganarse la vida poniendo en venta sus servicios, lo que no quiere decir que tenga de vendérselos a cualquiera. Hago lo que mis clientes quieran mientras que no sea ilegal y tenga sentido. Trato de moverme como un neutral en la tierra de nadie entre los sin ley y la ley: pero cuando la violencia se desata, generalmente sé de qué lado estoy.

En mi oficio no se puede hacer siempre lo que se quiere. A veces sirvo como catalizador de perturbaciones, y no siempre con renuencia. Detesto ver morir a la gente, pero a veces no puedo impedir la muerte de alguien y a veces provoco la muerte de otros. Las vidas ajenas son mi trabajo, mi pasión y supongo que también mi obsesión. El mundo, para mí, significa muy poco fuera de la gente que lo habita.

Me gano la vida viendo mucha vida. La mayor parte de mi trabajo consiste en observar a la gente y juzgarla. En cierto sentido represento a la justicia, pero sería demasiado largo precisar en qué sentido. Una de las dificultades peculiares de mi trabajo es la de que, a menudo, tengo que cumplir una función pública con medios privados. Mi regla fundamental: nunca decir a nadie más de lo que necesita saber porque seguramente lo transmitirá a otros. Virtudes de un detective de primera: honestidad, imaginación, curiosidad y amor al prójimo. Hay cantidad de investigadores privados que se alimentan de una dieta constante de quimeras.

Me gusta algo de peligro. Peligro domesticado, controlado por mí. Me da sensación de poderío, supongo, tener mi vida entre mis manos y saber condenadamente bien que no la perderé. Y que hago este trabajo porque me gusta el peligro es una tan buena como cualquier otra, pero no es, sin embargo, la verdad. En realidad heredé el oficio de otro hombre: de mi mismo cuando era más joven. En ese entonces solía pensar que el mundo estaba dividido en buena y mala gente, que era posible adjudicar la responsabilidad por el mal a ciertas personas determinadas y castigar a los culpables. Todavía me dejo llevar por los impulsos.

Una vez que estoy en un caso tengo que permanecer en él hasta el fin. Es más que curiosidad. Me da vuelta en la cabeza como un disco chillón, una especie de catecismo criminal. ¿Qué cosa? Sangre. ¿Dónde? Allí. ¿Cuándo? Entonces. ¿Por qué? Quién sabe. ¿Quién? El. Ellos Ella. Aquello. Nosotros. Especialmente, nosotros.

Hay una violencia en mi rama de los negocios. Pero no me gusta la violencia a sangre fría ni la gente que además amenaza a los otros con eso. Es un trabajo sucio en el que estoy metido. Todo lo que puedo hacer es vigilarme y mantenerlo lo más limpio que pueda. Actúo de la manera más recta posible. No niego que alguna vez haya estado tentado de utilizar a la gente, de jugar con sus sentimientos, de apremiarlos. Estos son los males profesionales de mi trabajo.

Gano el suficiente dinero como para poder vivir. Pero no hago mi trabajo por el dinero que pueda retribuirme sino porque quiero hacerlo. Que sea sucio o no, depende de quién los realiza. Igual que la medicina o cualquier otra profesión, trato de no ensuciarla y no siempre lo consigo. Muchas veces cometí errores fundamentales al juzgar a la gente. Algunas personas creen, automáticamente, que porque uno es detective tiene que ser un pícaro y procede de acuerdo con ese prejuicio. Todo el mundo odia a los detectives y los dentistas. Nosotros les retribuimos el odio.

La sospecha es uno de los riesgos de mi ocupación. Sospecho de todo el mundo. Es una deformación profesional. Y dudo prácticamente de todos y de todo: un hábito que me han transmitido, por ósmosis, mis clientes. Con el tiempo, como detective privado, uno adquiere unas pocas ideas rudimentarias sobre la gente y desarrolla una especie de instinto para reconocer a los buenos. La tortura especial que significa esta profesión es ver como la máquina automática –que nadie sabe cómo parar- empieza a tragar personas que han estado ligadas a uno y a las que se les tiene afecto. Debo admitir que, aun sabiendo cómo, yo tampoco la detendría.

La coincidencia rara vez sucede en mi trabajo. Si se cala lo bastante hondo, casi siempre se encuentra una raíz que se bifurca. El aspecto y sentido de los casos cambian. Siempre lo hacen cuando unos se va compenetrando de ellos. La sensación de vivirlos por dentro es lo que a veces uso como droga para seguir adelante. El crimen siempre me interesa.

En ocasiones casi he deseado ser sacerdote. He comenzado a fatigarme de los sufrimientos de la gente, y me pregunto si un traje negro y un cuello blanco podrían ser una protección adecuada. Nunca lo sabré. Mi abuela me había destinado al sacerdocio, pero he elegido otro camino. Yo elegí esta profesión o ella me eligió. Me obliga a chapotear en el dolor humano.

Lo mismo que otras almas perdidas y absurdas, en un caso conocí a un personaje que sentía el impuso de ayudar a la gente, de suministrarle psicoterapia..., aunque de ese modo la destruyese. Y probablemente era él quien más la necesitaba. “Cuidado”, me dije, “o dentro de poco querrás ayudarlo vos a él de ese modo: Archer, echa una ojeada a tu propia vida...”

Pero prefiero no hacerlo. Estoy cansado de preguntar. Me resulta preferible hacer yo las preguntas antes que verme obligado a contestarlas. Es una mezcla de lástima y vergüenza la que me mantiene trabajando entre almas perdidas que viven en el infierno. Mi tema preferido de estudio está formado por otros hombres, perseguidos en sus cuartos alquilados, hombres que envejecen y se aferran a la virilidad antes de que caiga la noche y se sientan súbitamente ancianos. Si uno es el terapeuta. ¿acaso necesita terapia? Si uno es el cazador, no pueden cazarlo. ¿O sí?

Con la gente casi siempre ocurre que sabe algo que no ha dicho. Por eso tengo una vida dura e interesante. Por ejemplo, nunca hay que discutir con los testigos. No concierne discutir con una fuente de información. Cada testigo tiene su forma de ir acercándose a la verdad.
Décadas de trabajar como detective también provocan cambios en un ser humano. Para un hombre de mi oficio, un caso que se complica es como un amorío del cual uno no puede apartarse aunque día a día le desgarre el corazón. Algunas condiciones que impongo a mis clientes siempre están implícitas. A veces tengo que hacerlas explícitas. Tengo una licencia que puedo perder y una reputación. Como detective privado tengo una carrera limpia y no empujo a los que se encuentran a mi alrededor, excepto si ellos empiezan a empujarme. Ente mi obligación para con la ley y con un cliente que confía en mí, y mi obligación para con un cliente en quien ya no confío, mi sentido ético sabe que no debe vacilar.

Una vez un cliente me dijo que se podía echar un secreto dentro de mí y no sentirlo nunca tocar fondo. Tengo palabra. Fui oficial durante la guerra, pero lo de caballero no prendió. Ser guardaespaldas no es mi idea de un trabajo decoroso. Todo lo más que se puede conseguir de mí es alquilar mis servicios de investigador privado.

Estos acostumbrado a reprimir el temor. Leo todo el diario, incluso los avisos clasificados, que a veces nos dicen más sobre una ciudad que las mismas noticias. Tengo que admitir que he vivido muchas noches metido en diferentes casos, moviéndome a través del gran cuerpo quebrado de la ciudad, estableciendo conexiones entre sus millones de células, y que tengo un loco deseo o fantasía de que algún día, antes de morir, si llego a establecer las conexiones neurálgicas correctas, toda la ciudad volverá a la vida como la novia de Frankestein.

Pero estoy cansado. No debería tratar de influir en la vida de los demás. No da resultados.


(*) El subrayado no pertenece al original. La alusión es directamente astrológica, se refiere a su condición de geminiano, al símbolo de su signo.

JUVENTUD vs FAMILIA


Antes solía lamentarme de no tener hijos; hoy ya he renunciado a envidiar a aquellos que son padres. Los fracasos morales que la gente recibe de sus hijos son los más duros de sobrellevar y los más difíciles de evitar. Pero los niños no son siempre la barrera. Es más: he conocido hombres que se habían puesto contra sus hijos porque éstos les recordaban que ya no eran jóvenes.

Cada generación tiene que empezar desde cero y descubrir el mundo nuevo. Pero ahora este mundo cambia tan rápido que los niños no pueden aprender nada de los padres ni éstos de sus hijos. Las generaciones son como tribus enemigas, cada una en su isla de tiempo.

En esta época los jóvenes tiene que comenzar muy temprano el entrenamiento para tantos problemas. Cada vez parece más difícil hacerse adulto: por lo menos resulta más difícil entender a los jóvenes; y ante algunos de ellos a uno le dan ganas de pedir disculpas por ser el mundo como esa, porque a menudo los jóvenes vuelven contra sí mismos la cólera provocada por los acontecimientos.

Entre los que valen algo, el código de la nueva generación no es nada falso. Es un ideal bastante decente, pero que en la práctica, a veces, resulta cruel. a los adolescentes suele gustarles lo horrible. Muchos, incluso los mejores, actúan como marginados en el mundo de los adultos. Hay algunos que miran sin reconocer y sin interés, como si uno perteneciera a una raza diferente: la que tiene más de veinte años. Pertenecen a una generación cuyos mayores han sido envenenados, como los pelícanos, con una especie de DDT moral que ha dañado la vida de los hijos. Hay veces que me parece estar entrando en una ciudad distinta, una ciudad convaleciente donde ya no se libran batallas de amor y que sólo soy uno de los envejecidos sobrevivientes.
Estoy harto de la guerra de generaciones, las imputaciones y contraimputaciones, insinuaciones y discusiones. Casi siempre es el mismo problema: una irrealidad tan blanda, tan asfixiante que los hijos se libran de ella a manotazos y se clavan contra el cerco de espinas de la realidad, o crean su propia irrealidad con drogas. Los jóvenes tendrían que olvidarse de la guerra contra los adultos. Pronto ellos también lo serán, y ¿a quién le van a echar, entonces, la culpa de todo?
A veces pienso que los hijos deberían ser anónimos. No es un plan ni un sistema; preferiría que el énfasis cambiara un poco de sitio. Casi todos hacen lo imposible por vivir a través de sus hijos. Y éstos hacen lo imposible por complacer a sus padres o por olvidarse de ellos. Todos viven de través, por o contra algo o alguien que no es ellos mismos. No tiene sentido y no da buenos resultados.

En cierta ocasión, en las últimas horas de la tarde de un sábado, la playa cubierta de cuerpos al sol, se me antojó una visión del futuro, cuando cada metro cuadrado del mundo esté poblado. Encontré un lugar para sentarme, junto a un joven con una guitarra, apoyado sobre el vientre de una chica. Podía percibir el olor del bronceador en el cuerpo de ella y tuve la sensación de que todos, excepto yo, estaban unidos en parejas, como los animales en el arca. Una ola azul, coronada de blanca espuma, rompió sobre los arrecifes, más allá, y una docena de muchachos se arrodillaron sobre sus tablas como adoradores ante un ídolo.

Otra ola inmensa se levantó del mar oscurecido y trajo a la mayoría de los adeptos al surf hasta la orilla. Un corvejón voló sobre el agua a semejanza de un urgente pensamiento tardío. Una tercera ola enorme avanzó y trajo al último cultor. Este se unió a los demás, sentados en cuclillas alrededor de una hoguera encendida debajo de la saliente de una cueva natural. Sus rostros y cuerpos aceitados brillaban a la luz de las llamas. Daban la impresión de que habían renunciado a la civilización y estuvieran preparados para todo o para nada.

Constantemente, a lo largo de la costa, suele haber estas fogatas dispersas como vivaques de tribus nómades o sobrevivientes de una guerra nuclear. Cuando uno se acerca, no prestan atención: se es una aparición procedente del mundo de los adultos. Y lo malo es que hay miles de estos neoprimitivos que no parecen formar parte del mundo moderno. Pero, como un relámpago, pienso que, a lo mejor, están mejor adaptados que yo al mundo moderno. Pueden vivir como salvajes felices en las playas mientras las computadoras y calculadoras electrónicas hacen todo el trabajo y toman todas las decisiones.

Una vez pasé junto a un automóvil lleno de niños, detenido a un costado del camino. Era un Cadillac viejo, con chapa de Texas, guardabarros semejantes a alas arrugadas, y un letrero en la parte de atrás sonde se leía:




SI AMA A JESÚS, TOQUE LA BOCINA


Los ojos oscuros de los niños me dirigieron una solemne pregunta muda: “¿Es ésta la Tierra Prometida?"

LA JUSTICIA, LA POLICIA Y SUS CIRCUNSTANCIAS

Identikit de un sospechoso, elaborado en base a dichos de testigos.

Hay una diferencia entre acusar y condenar. La gente de dinero nunca ha visto el interior de una cámara de gas. Y no sé si legalmente se los puede responsabilizar, pero moralmente sí: si todos los colaboran con el crimen organizado fueran declarados culpables, la mitad de los bobos de este país estaría en la cárcel.

Desgraciadamente eso no sucederá. Consideramos a Las Vegas, capital del crimen de los Estados Unidos, como si fuera una segunda Disneylandia, oliendo a rosas, un gran lugar para llevar a la familia o realizar convenciones.

Conozco tres tipos básicos de fiscales. Uno es el tipo ligeramente atolondrado, bonachón, que ha fracasado o casi en la actividad privada y acabó en las Cortes lustrando manzanas para los que lo pusieron allí. Otro es el joven abogado en ascenso que utiliza en cargo como trampolín para otro puesto más elevado o para una práctica profesional más ventajosa. El tercer tipo, no tan raro como antes, es el servidor público que preferirá vivir en una comunidad limpian antes que favorecer a un amigo o ver su fotografía en los diarios.

Yo vivo en la intersección de los dos mundos. Uno es el real, en el cual el peligro rara vez está lejos de la vida de la gente, y la realidad me amenaza con su filoso borde. El otro mundo es el ambiente en que se mueven los policías, un laberinto de tradición y una estructura de reglas, un mundo en el cual nada ocurre oficialmente hasta que no se le informa a través de los conductos apropiados. Por ejemplo, las radios de los autos policiales hablan intermitentemente como si los coches mismos hubieran desarrollado una voz y comenzaran a quejarse del estado del mundo.
Un idiota en un puesto policial, con revólveres e insignias para jugar, puede provocar grandes inconvenientes. Y más que hoy día la policía usa mucha pólvora. Creo que a ellos hay que darles prioridad oficial sólo cuando llegan antes. Están sometidos a particulares presiones políticas. Son el puño de hierro de la ciudad, la corporación personal de una fuerza aplastante; pero al mismo tiempo tienen que escuchar lo que la ciudad les dice acerca del modo de usar esa fuerza. Todos los sheriffs de todos los distritos tienen sus compromisos políticos y sus secretos personales, y mienten o retienen información. Igual que el color de sus ropas, son híbridos: mitad policías, mitad políticos.

La sirena policial es un sonido que odio: es el ulular del desastre en la aridez urbana. A pesar que yo, luego de las tormentas adolescentes, resulté de los diferentes y mejores. Un poco mejor, por lo menos: me uní a la policía en lugar de unirme a los mal vivientes.

Todo flamante egresado de la escuela de policía considera de la mayor importancia el detectar científicamente, y en verdad eso ocupa su lugar. Cuando comencé el trabajo de policía, yo creía que el mal era una cualidad con la que ciertas personas han nacido, como el labio leporino, y la tarea policial consistía en descubrir esas personas y sacarlas del medio.

Pero el mal no es algo tan simple. Todo el mundo lo, lleva dentro de sí. Que se trasunte en acciones depende de una cantidad de factores: entorno, oportunidad, presiones económicas, una pizca de mala suerte, un mal amigo. El problema reside en que un policía tiene que juzgar a la gente casi a dedo y actuar inmediatamente. Por ejemplo, le echa los garfios a un joven delincuente profesional y después tratan de envolverle todo lo demás en un pesado paquete de delitos sin resolver y así colgárselo del cuello. Ese es el procedimiento policial corriente, y no me gusta.

El buen policía es inflexible una vez que ha optado por una idea. Y hay algunos que son puritanos secos, absolutamente honestos, detallistas, policías antes que hombres. Para un veterano mal acostumbrado, por ejemplo, tener que disculparse ante un ciudadano es un castigo cruel y poco corriente.

En cierta ocasión me tocó conocer a un joven policía al que reventaba eso de pasarse la vida citando peatones que han cruzado mal la calle. Su ambición era trabajar como detective. Cuando nos despedimos y él se fue con paso ágil, mi emoción siguió al muchacho. Unos cuantos años atrás, cuando yo era cadete de la policía de Long Beach, me había sentido como él. Era nuevo en esta vida dura y rogué para que ella no terminara por herir demasiado profundamente un ánimo tan bien dispuesto.

Como si tuviera instinto de paloma mensajera con respecto a la autoridad, cada día más el dinero de las recompensas tiene la costumbre de deslizarse en los bolsillos de la policía. Pero ésa, mientras está en servicio, tiende a unirse protectoramente frente a una emergencia, cuando cualquiera de ellos ha cometido una falta. Tengo la sensación, a pesar que ellos me tratan habitualmente de una sola forma, es decir, con la sospecha que les provoca mi profesión, de que el que ha faltado debería ser investigado por hombres libres como yo. La mayoría de los policías tienen una conciencia pública y otra privada. Yo sólo tengo la privada; es poca cosa, pero es mía.



"CIERTO SENTIDO POETICO DE LA VIDA MODERNA"


El título de esta parte pertenece a G.K. Chesterton sobre su concepción acerca del género policial.
Hay una mirada curiosa e inocente en el hombre que jamás ha podido penetrar por completo en la sociedad humana. Suelen verse hombres así en las pequeñas aldeas, en el desierto, en el camino. Actualmente se reúnen en los lugares más recónditos de las ciudades.

A pesar de vivir en un barrio tranquilo, lejos de las principales carreteras, puedo oír su zumbido remoto pero íntimo, como si fuera el zumbido de mi propia sangre en las venas. A mi izquierda, el rápido centro de la tarde pasa ininterrumpidamente. Los conductores miran con aprensión, como si hubieran sido raptados por sus propios coches. La ciudad, allá abajo, parece un laberinto armado por algún chico lleno de inspiración: es a la vez , de fabricación casera e intrincado. Atrás yace el misterioso azul cambiante del océano.

La ciudad se yergue sobre el nivel del mar en sobre un declive suave, claramente dividido en capas sociales, como algo construido por un sociólogo para probar una teoría. En el poniente el sol se extiende sobre el mar como una conflagración tan intensa que parece alimentarse del agua. Ahora la oscuridad es casi tangible. Bajo esa capa gris, la ciudad se extiende precisa pero sin dimensiones, pasajera como las nubes. Los negocios y los teatros y los edificios de oficinas han perdido sus perspectivas diurnas y esperan que la noche les dé volumen y sentido. La doble corriente de tránsito de la avenida principal continúa el tema del cambio. La mitad de la gente se apresura a bajar al mar ya la otra mitad ha estado allí. Las laderas de las montañas sombrean las calles inclinadas hacia el noroeste y reducen sus neones y faroles a chispas de luciérnagas. La ciudad sigue extendiéndose en sus luces. La cuerda más gruesa y brillante de esa red es la carretera iluminada de amarillo. Desde mi lugar, una calle de clase media con sólidas casas de dos pisas que han sido tocadas –pero no destruidas- por esa decadencia que se arrastra desde el centro de las ciudades hacia las afueras, los camiones y automóviles veloces parecen juguetes impulsados sin motivo sobre el rostro de la noche. Los letreros de los negocios que permanecen abiertos son postdatas inscriptas en el sucio margen metropolitano. el resplandor que rojizo que hay sobre ella me hace acordar al reflejo de la señal de urgencia en el hospital, magnificado hasta el infinito. Más allá de la ciudad encendida, en las colinas, el destello giratorio de una baliza aérea parece estar explorando la noche en busca de algún significado. Los hangares de la base bien podrían ser madrigueras construidas por alguna raza de gigantes.

La música de la casa de al lado ha sido suplantada por una voz maníaca que afirma a los gritos que la soledad, el temor y la impopularidad son cosas del pasado, abolidas por la clorofila. La televisión no durará, ningún movimiento de vanguardia lo hace.

Un camión de pone en marcha en la calle, como para recordarme que el mundo sigue andando sin mí. Tiendo nuevamente la mirada sobre la ciudad que se extiende como un mapa luminoso hacia el horizonte. Resulta difícil captar su siempre cambiante significado. Sus espirales, puntos y rectángulos deben ser interpretados, como una puntura abstracta, en términos de todo lo que un hombre recuerda. Y ella se tiende entre la montaña y el mar como una sustancia dotada del poder de herir y ser herida. En una de sus calles oscuras los marineros están desparramados en actitudes inconexas. semejantes e indistintas almas del purgatorio aguardando órdenes. Una lunas más llena que las noches anteriores se levanta detrás de los árboles; brilla entre las ramas como un pecho de mujer entre barrotes de hierro. Hay una hora muerta en la noche, una inmóvil en que el ayer termina y el mañana reúne fuerzas para empezar. Las noches ciudadanas están llenas de las voces de las muchachas que dilapidan su juventud y se despiertan aterrorizadas a las tres o cuatro de la mañana.

Ha pasado la hora del cierre y la calle principal está desierta. Unos pocos borrachos retrasados transitan los las aceras, sin ganas de terminar la noche y enfrentar la mañana. Algunos van con mujeres para tener la seguridad de que aún pueden divertirse, de que habrá puertas, en las oscuras paredes, que se abrirán a romances pagos. Las mujeres son del tipo que raramente aparecen a plena luz, o que, cuando lo hacen, parecen muertas.

Empezó a espesarse la niebla .Su masa acuosa cubre la ciudad y la transforma en una especie de suburbio del mar. Salgo del departamento y me sumerjo en un mundo gris y sin perspectivas. Luego llego en forma inesperada a una rampa de acceso. desciendo a la carretera donde las luces de los faros delanteros de mi auto flotan en parejas, como peces de aguas profundas, y alcanzo la parada de camiones, situada al este, sin la menor sensación real de haber conducido a través de una ciudad. El tránsito que va hacia el norte no es pesado. Pero una ininterrumpida corriente de haces de focos delanteros avanza hacia mí, como si la ciudad dejase escapar la luz a través de un agujero abierto a su costado. Bajo la blanca bruma del valle, la ciudad se oculta a la vista. Es difícil imaginarla ahora, desde la fría altura del bosque, pero yo sé que está allí, con decenas de miles de personas achicharrándose en sus calles. Bajo del auto y cerca hay tirado un zapato de mujer. Miro hacia allá abajo y me pregunto cuál de esas decenas de miles de personas será Cenicienta. Las estrellas están en su lugar, bastante cercanas.

Seguí viajando. Amaneció. El cielo se hizo blanco lechoso en toda su extensión y luego resplandeció con el múltiple colorido de una máquina tragamonedas. El sol apareció repentinamente en mi espejo retrovisor como una brillante moneda expulsada por la máquina. Allá, a la derecha, un hombre y una mujer, ambos canosos, caminan por un campo de golf como si hubieran envejecido en la búsqueda de la pequeña y blanca pelota.

La carretera, a esa altura, era un ecuador social aproximado que dividía la comunidad en hemisferios oscuros y claros. En el hemisferio norte vivían los blancos poseedores y administradores de Bancos e iglesias, tiendas, almacenes y bares. En la parte de abajo, que era más chica y estaba apretada y dividida por fábricas de hielo, depósitos y lavaderos, vivían los más oscuros: mejicanos y negros que hacían la mayor parte del trabajo manual de la ciudad y su zona de influencia. La escualidez de las casas tenía, a la luz fotográfica, una especie de austera claridad o belleza, como la de las caras al sol de los viejos. Los techos se doblegaban y las paredes se inclinaban con humana resignación; y tenían voces: camorreras, murmurantes, cantarinas. Los chicos, en la tierra, jugaban a pelear.

Llegué a un lugar donde puede pasar cualquier cosa. Casi ha pasado de todo. En parte se debe al clima de champaña y en parte a la presencia de sumas excesivas de dinero. Montevista ha sido, durante casi un siglo, un balneario internacional. Marajáes destronados se codean con ganadores del Premio Nóbel y los hijos de envasadores de carne de Chicago se casan con los hijos de billonarios sudamericanos.


LAS MUJERES, EL AMOR Y EL MATRIMONIO


A mí las mujeres me gustan individualmente. En ciertas circunstancias todas emiten los mismos sonidos. Creo el lugar para ellas es el hogar, pero no el mío. El secundario había un tipo de chica que yo observaba de lejos y que nuca he podido tocar: las que tenían petróleo, oro o dinero de bienes raíces disuelto en la sangre como añil.

Mi ex esposa decía que no podía soportar la vida que yo llevo. Que la daba demasiado a oros y muy poco a ella. En cierto sentido, tenía razón. Pero realmente todo concluyó en el hecho de que ya no estábamos enamorados uno del otro. O, por los menos, uno de los dos ya no lo estaba.
La seguridad es el gran sustituto norteamericano del amor. Y mientras las mujeres sigan poseyendo las tres cuartas partes de la propiedad de los Estados Unidos, habrá hombres que tratarán, con éxito, de arrebatársela. Por eso la sociedad secreta más grande de este país es la de las muchachas bien nacidas que se casaron con quien no deben y viven para lamentarlo.
Pero por poco compensadora que puedan ser sus vidas de casadas, todas las mujeres adoran la idea del casamiento. Hay un sentimiento levemente imperioso que adquieren luego, cuando son la única mujer en una gran casa. Un hombre muy simple y una mujer muy compleja es una combinación que puede convertirse es una alianza perfecta. Aunque para un hombre es muy duro estar casado con una mujer más inteligente que él y tener a la de uno en un pedestal no siempre significa estar haciéndole un favor. Hoy hay una especie casi extinguida de mujer: la que vive a la sombra de su marido y sólo se aparta de ella cuando el hombre está fuera de acción.

Algunas mujeres se vuelven groseras. Es cuando se casan muy jóvenes, se encuentran atadas a una cocina y se despiertan, diez años después, pensando dónde está el mundo. Pero las mujeres casadas con niños a cuestas, no son mi plato favorito. A medida que los hombres envejecen, si saben lo que les conviene, empiezan a gustar de mujeres que también están envejeciendo. Lo malo es que la mayoría de ellas están casadas.

No se debe ser duro con una madre. Hasta la ley admite una mitigación cuando una mujer ha sido dominada y asustada por un hombre. Las manifestaciones del amor materno son impredecibles. Una vez conocí a una que trataba de crear una familia con un muchacho desbocado y un marido reticente, tratando de formar un algo, un todo, de vidas malogradas. Pensé que era toda una mujer.

Hay otras, en cambio, que nunca pueden llegar a dominar por completo ese accidente que es la belleza y que las convierte en cosas, en zombis en un mundo totalmente desamparado, tan doloroso para contemplar que es como si nos enfrentara con crucifixiones sin sentido. Algunas, por ejemplo, tienen una atmósfera de oxígeno puro: si se las respira profundamente pueden causar vértigo y alegría o envenenar. Tienen ojos melancólicos bajo largas pestañas y mejillas ligeramente hundidas, como si se hubieran alimentado de la propia belleza. Sus carnes tienen ese levísimo exceso que hace a los hombres seguir a una mujer por la calle. Si se vuelven y me miran con ese género de miradas que a uno le hacen desear ser más joven, más bello y tener un millón de dólares, es precisamente cuando me aseguran que no soy así.

Después está la clase de rubias que maduran temprano, como las frutas en California, y permanecen en una adolescencia adulta durante algunos dulces meses o años, y luego caen en manos del primero que se acerca. El recuerdo de la época dulce les queda adentro y fermenta. Pero a las mujeres, sentir lástima por sí mismas, les ayuda a levantar el ánimo. He visto a sensibles que prefieren morir en un sueño vagamente esperanzado que vivir en la luz angustiosa de la vigilia.

La mujer fácil siempre es un peligro: sea frígida o ninfómana, esquizofrénica, interesada, alcohólica o, a veces, todo eso junto. El regalo decorativamente envuelto por ellas mismas, con frecuencia se vuelve una bomba de tiempo, de fabricación casera, chocolate con veneno adentro.
Un día me sorprendí envidiando a un hombre, preguntándome cómo los indiferentes consiguen mujeres tan interesantes y que los quieran tan profundamente. No es cosa fácil de determinar, con respecto a ninguna mujer, si son endurecidas que tienen momentos de blandura o tiernas que pueden, en ocasiones, mostrarse duras. El dolor que uno comparte con ellas casi siempre tiene un ingrediente de deseo, y pienso que por lo menos a veces uno podría llevarlas a la casa e intercambiar provisoriamente un poco de calor.

Ultimamente he empezado a ver una buena cantidad de esas camas circulares, de unos dos metros y medio de diámetro que parecen altares de esperanza dedicados a viejos ídolos. Los humores rancios de la vida: humo estancado de cigarrillos, bebidas mezcladas, perfume espeso, el indescriptible almizclado de del sexo. Una vez me pareció que el mal era una cualidad femenina, un veneno que segregan y les trasmiten a los hombres como una enfermedad. Aunque muchas veces me han apuntado individual y colectivamente, cada vez es una experiencia nueva, pero una pistola única en manos de una mujer es el arma más peligrosa.

Dios se equivocó. Le dejó los testículos a Eva...

EL DIOS DINERO

Cierta vez, un Rolls Royce, con una muñeca al volante, me pasó cerca y yo me sentí irreal. Reconozco instintivamente el aspecto de los que disfrutan el dinero amasado cerca de tres generaciones atrás. El dejo de arrogancia que tienen en las palabras hacen pensar que están habituados a comprar cosas y personas.

El dinero nunca viene solo; como todo los demás, exige un precio y cuesta demasiado: es la sangre misma de la ciudad: si uno no lo tiene, sólo vive a medias. Pero a mí no me gusta ganarlo con el sufrimiento ajeno. Trato de no hacerlo. Los billetes se cargan con algo de las personas que los han tocado. Cuando las ganancias pasan de cierto límite, uno pierde el sentido de las cosas. De pronto, las demás personas parecen objetos factibles de ser comercializados. En una ocasión un queque por cien mil dólares me excitó de tal forma que no me agradó mucho. Por debajo de la excitación había una vaga depresión, como si yo perteneciera de alguna manera al cheque, en lugar que el cheque me perteneciera a mí. Pero la transferencia de dinero me convierte en un ser ágil e inteligente.

Junto con el sexo, constituye las dos raíces del mal; con marihuana, la materia prima de los sueños. He visto a una cantidad apreciable de esos perritos que viven esperándolo y que cuando lo heredan es demasiado tarde: el de la gente mayor es un producto cuya adquisición suele resultar muy caro.

Pero no se puede culpar al dinero de lo que produce en las personas. El mal está en ellas y el dinero es el pretexto que utilizan, se vuelven locos por él cuando han perdido otros valores.
Hay gente que respira riqueza, En ciertos círculos sociales al dinero se lo ve, pero no se lo nombra. La propiedad privada viene con colores indelebles y no encoge los egos. Hay caras con ciertos rasgos aristocráticos que no siempre implican inteligencia., capacidad ni siquiera decencia, pero que por lo común acompañan al dinero. Una vez tuve un cliente al que parecía causarle un indudable y enorme placer comunicarme que el padre formaba parte del directorio de un Banco, como si el dinero le confiriese una gracia espiritual, compartida por lo que hablan de las personas que lo poseen. Pero la mayor parte de la gente rica pone el grito en el cielo si tiene que dar un níquel; por experiencia sé que es muy duro cobrarle a los ricos una vez que el caso ha sido resuelto. Y aunque no lo llamen venta, a eso se reduce y muchas madres lo hacen: un baile de presentación en sociedad es lo más cercano que existe a un mercado de esclavas en el Sudán.

El dolce far niente con signo dólar: cuerpos proscriptos de Hollywood y Nueva York, medio desnudos, femeninos y masculinos, asándose al sol o reclinados en los largos sillones de los porches sombreados de los moteles, mientras otros proscriptos se agrupan alrededor de la pileta que riela al fondo del predio. Una vez vi a un hombre que miraba un edificio de metal y vidrio como buscando inspiración. Pero sólo era un monumento al dinero.

Las casas de juego parecen supermercados sin nada para vender. Adentro, frente a las máquinas tragamonedas, la gente parece estar accionada por idénticos mecanismos. Las alimentan con monedas de veinticinco centavos y de un dólar con la mano izquierda, mientras que con la derecha tiran de las palancas como si se tratara de un grupo de trabajadores en una fábrica de dinero. Hay muchachos de ojos tiznados, tan jóvenes que aún no se afeitan, y mujeres con guantes masculinos de trabajo en las manos que usan para mover las palancas. Algunas de ellas están tan viejas y estropeadas que se apoyan en las máquinas para mantenerse derechas. La fábrica de dinero es un duro lugar para trabajar. La multitud le ruega a los naipes o a los dados como pecadores que pidieran al cielo una pequeña gracia o tira convulsivamente de las palancas como si éstas fueran computadoras que responderán a todas sus preguntas. ¿Estoy envejeciendo? ¿Por qué él me odia? ¡Vamos, suerte! ¡Inúndame de vida y libertad y felicidad!
Una buena pregunta: ¿cómo puede un hombre dejar de infringir la ley cuando no tiene dinero para vivir? En algunos casos no se encuentra ninguna prueba de otro delito que no sea la pobreza.
El mundo está cambiando, pero no con la suficiente rapidez. Aún es un mundo en que el dinero se impone o compra el silencio.


LA JUNGLA DE CEMENTO

Sunset St., LA, donde supo tener su oficina Lew Archer.

A mi me había tocado conocer y tratar a un muchacho con problemas sociales y culturales. También histéricos, Me lo describieron como una especie de Hamlet tropical, tratando de hacerle frente a una realidad contemporánea. En realidad, esta descripción a muchas de las Américas Central y del Sur. Los problemas del muchacho no eran tan sólo personales: pertenecían a su tiempo y a su lugar en el mundo. Pero su principal anhelo era la ciudad luminosa. En suma, era un pobre panameño, con todas las esperanzas, contratiempos y frustraciones de su país.

Muy cerca de allí, la pequeña localidad que rodeaba a un centro cuprífero parecía haber perdido toda su energía, absorbida por el enorme tajo que era la mina de cobre y el jadeo interminable de la fundición. El humo se extendía sobre la ciudad como una enorme e irónica bandera. Tenía un buen barrio residencial, donde la gente daba la espalda a comienzos más modestos y se enfrentaba a futuros más ambiciosos. La mayoría de las casas eran nuevas, tan nuevas que no se habían asimilado al paisaje, y muy modernas. También contaba con un gran centro comercial, nuevo, parecido a un gran patio de colegio con asfalto en vez de césped, pero donde nada podía aprenderse. Alcancé a ver un viejo Ford azul estacionado, el motor goteaba aceite, como un animal herido. Algún buen observador tendría que estudiar los cementerios de automóviles como se estudian las ruinas y vasijas de civilizaciones desaparecidas. Podrían sacar de allí alguna explicación de por qué la nuestra también está desapareciendo.

La carretera era ancha y nueva; había sido construida con el dinero de alguien, y pude olfatear el origen de ese dinero cuando descendí al valle por el otro lado. Olía a huevos podridos. Los pozos de petróleo de donde provenía el gas sulfurado poblaban las laderas de ambos lados y las torres parecían marchar como soldados de hierro a través de la desolación suburbana. Me sentí como si estuviera atravesando un país de sueños, tratando, sin lograrlo, de recordar el sueño que correspondía al paisaje.

En un rincón del valle la propiedad se había convertido en una de las bellas artes que era un fin en sí misma. No se veía gente, y tuve la extraña sensación de que las bellas casas semiocultas habían tomado posesión del cañón para sus propios fines. Al volver al auto, cerré la puerta suavemente para no provocar una avalancha de dinero. La calle principal había sido transformada por los ladrillos vítreos, los plásticos y las luces de neón; una tranquila ciudad de un valle asoleado había conocido la prosperidad repentina y no sabía qué hacer consigo misma.
Lo único que crece en el desierto gris son las torres de petróleo, un bosque abstracto cuyos árboles no dan sombras. Las bombas colocadas en sus bases nuevas mueven sus cabezas como animales mecánicos. Había una zona desierta, rodeada de casas donde estaban construyendo un camino. Las excavadoras dormían a un lado como saurios voluminosos. En ese lugar la vecindad cambiaba brusca y totalmente. Niños negros y mestizos se paraban junto a la carretera y nos miraban pasar como si fuésemos una procesión de dignatarios extranjeros. Ruinosos departamentos, cuyas ventanas daban fugaces reflejos de una depresión permanente, se entremezclaban con turbios barcitos y sangucherías. La gente que había en las calles, morenos, negros y grises de suciedad, tenía personalidades turbias y ruinosas para hacer juego con los edificios. El lugar tenía la misma desaliñada fealdad, la misma atmósfera fétida de las personas que viven desesperadamente en aprietos.

¿No es tratar con cierta injusticia a la naturaleza decir que de tanto en tanto nos juega una mala pasada y que lo único que queda es tapar el desastre de un derrame de petróleo y seguir adelante? Vi por primera vez la mancha. A corta distancia de la costa, la plataforma de una torre de perforación se levantaba de su extremo en la dirección del viento como el mango de metal de una daga que hubiera apuñalado al mundo haciéndolo derramar sangre negra. El vicepresidente de la compañía dueña de la torre había declarado al diario local que la situación estaría controlada en las próximas veinticuatro horas. Era un hombre apuesto, si se juzgaba por la fotografía publicada, pero no había forma de saber si estaba diciendo la verdad. Desde la colina sobre el puerto se podía ver la enorme mancha que se extendía como una noche prematura sobre el océano. Varias personas, en su mayoría mujeres y niñas, estaban de pie en la orilla, mirando hacia el mar. Parecía como si estuvieran esperando el fin del mundo o como si el fin hubiese llegado y no volverían a moverse ya nunca más de allí. Más allá, a cinco o seis kilómetros del muelle, había otra media docena de plataformas extractoras, cuajadas de luces como árboles navideños sin hojas. Y más al norte, como una amenazante Estatua de la Libertad de la costa oeste, una gigantesca llamarada de gas. De todas maneras, el derrame de petróleo es preferible al de sangre.

Regresé. Los lugares para estacionar, en el centro de Hollywood, son tan escasos como la virtudes teologales. Ni bien me senté en uno de los reservados vacíos del restaurante de clase media y edad mediana, yo mismo tuve la sensación de haber estado mucho tiempo en el lugar. Tenía una íntima calidad subterránea, como una cápsula de tiempo profundamente enterrada más allá del alcance del cambio y la violencia. Los mozos de chaquetas bastante blancas, jóvenes y viejos, tenían una descuidada y rápida economía de movimientos sobrevivientes de una década lamentablemente pasada.

Me puse a observar a los vagabundos de la acera a través de la vidriera. Los jóvenes aficionados al jazz, ebrios de música o marihuana, los hombres de edad mediana de la ciudad, los turistas en busca de algo que satisfaga sus fantasías, las muchachas llenas de esperanza y las desesperanzas, y los tahúres ágiles, ligeros y sin edad que hacían la ronda de Hollywood del otros lado de los vidrios. El cartel que estaba encima de la vidriera era rojo de un lado y verde del otro, de modo que la gente pasaba de la rubicunda juventud a la edad achacosa a medida que atravesaba mi sector de la vereda. El aspecto masculino Tipo Hollywood es el más difícil de describir es el más difícil de describir. Se trata de una insistente autoconciencia en la voz fuerte y amplios gestos, como si Dios hubiera firmado un contrato por un millón de dólares para tenerlos bajo su ojo. Para mejor, esa misma tarde había pasado por una oficina cuyas paredes estaban cubiertas de gigantescas fotografías. Las estrellas del estudio y publicitados acores me contemplaron desde un elevado mundo irreal donde todos eran jóvenes y enormemente alegres.

Pero a los finales felices y las naranjas más grandes, California los reserva para la exportación.

PSICOLOGIA DE BOLSILLO


Este es un mundo complejo. Y la mente humana es lo más complejo que existe en él. Por eso, mucha gente, tarde o temprano, utiliza un psiquiatra. Además, están los que tienen la suerte de poder permitírselo.

El hombre no puede dejar de hacer ciertas cosas: deja de ser huérfano a los veintiún años. La mayoría hace lo que es necesario y comete errores. La gente siempre quiere algo y está haciendo cosas ridículas. Generalmente hace lo que le place y en sus vidas, a cada momento, ocurren episodios melodramáticos. Muchos tienen ideas fantásticas sobre sí mismos y sobre sus destinos. Es en las situaciones dramáticas, extremas, donde las personas aprenden a conocerse rápidamente.

Nunca se sabe qué puede hacer llorar a un hombre. Un largo silencio, un teléfono que suena, la nota falsa en la voz de una mujer. En un caso que tuve fue un cheque de dos mil dólares. Pero el horror pasa; la tragedia es como una enfermedad, y pasa. Hasta los horrores de la tragedia griega pasaron hace tiempo.

Sin embargo, los ángeles se precipitan donde los locos temen acudir. Y que hay gente que transmite la peste moral es indiscutible. También es interesante creer en la posibilidad de que cierta gente atrae las desgracia sobre sus propias cabezas: que la atrae al asumir una actitud propensa a los desastres.

Pero el concepto de culpabilidad es una cosa muy peligrosa; para empezar es psicológico; y creo que la culpa es algo de lo que tenemos que librarnos. Cuando los hijos culpan a los padres por lo que sucedió o los padres culpan a los hijos por cosas que han hecho ellos, eso ya es parte del problema y lo agrava. La gente tiene que observarse cuidadosamente a sí misma. Culpar a los otros es hacer lo contrario.

He dejado de dar consejos. Aún los que los piden se molestan al recibirlos. Si uno oculta su espíritu en las profundidades de uno mismo y fuera de la vista, no podrá ser totalmente destruido. Aunque bien puede ser que uno quede ciego en la oscuridad interna. En las pesadillas que albergo en el fondo de mi espíritu, sexo y muerte se confunden.

La segunda personalidad que la mayoría de nosotros lleva adentro suele salir a la luz y actuar con violencia. Luego, hay que vivir con ella como un gemelo siamés loco, por el resto de la vida. No puede forzarse al propio inconsciente a dar una información como si fuera una computadora. Sólo retrocede, metiéndose más adentro de su guarida.

La paternidad no es sólo una cuestión de genes. La gente hace a su familia cosas que no soñaría con hacer a los extraños. He llevado casos en los que los hechos se abrían por grados, como fisuras en el firme terreno del presente, para hundirse profundamente en los estratos del pasado. Cuando hay problemas en una familia, éstos tienden a reflejarse en su miembro más débil. Y los otros lo saben: le hacen concesiones a este miembro conflictuado, trata, tratan de protegerlo y demás porque no ignoran que ellos mismos están implicados. Tuve una vez un cliente que había perdido a la madre a edad temprana y en ese momento corría el riesgo de perder a la esposa. Las dos pérdidas juntas no formaban un diseño, pero sugerían la posibilidad de uno.

¡Con qué facilidad lo que hacemos por una buena causa puede trocarse en otra mala! La falta de escrúpulos penetra por todas partes. Todos tenemos que cuidarnos. Coraje o terquedad a la enésima potencia es más o menos lo mismo.

Yo no hago nada para que todos me confíen sus secretos. Las personas desean hablar de lo que les duele y, a veces , eso suaviza las penas. También, aunque no siempre, los agravios hacen decir la verdad a los resentidos.

Suicidarse es una decisión cruel. Muchos intentos son inventados, en principio, como una farsa para impresionar. Nadie puede prever en qué punto la comedia se convertirá en penosa realidad.
No armonizo con los espíritus artísticos. He conocido a unos cuantos artistas y pueden resultar amigos difíciles. Los borrachos son hasta poco generosos consigo mismo.

Mi cara tiene el aspecto de siempre, en la medida en que yo pueda decirlo. Es maravilloso lo mucho que un par de ojos pueden ver sin que lo visto los cambie. Para su propio bien, el animal humano es casi demasiado adaptable.



FILOSOFIA DE USO PERSONAL Y EXCLUSIVO


A pesar de haber vivido prácticamente toda la vida en este país, tampoco comprendo a los norteamericanos. Y no vivo en un mundo terrible, sino en el real: uno de altas velocidades y baja moral. ¿Cómo lo hago? No invirtiendo mis sentimientos en castillos de naipes. ¿La historia de mi vida? Empecé como un romántico y terminé como un realista. Hoy en día no es ser buen negocio ser samaritano.

Nunca nada es tan simple; la verdad no siempre es obvia; en realidad, suele ser tan compleja como las personas que la hacen. Leí un artículo dedicado a Heráclito: todas las cosas fluyen como un río, dice el filósofo griego, y nada permanece. Parménides. por otra parte, sostiene que nada cambia y que el cambio sólo se produce en apariencia. Ambos puntos de vista me desaniman. Odio las coincidencias; he perdido mi fe en ellas. Todo, en la vida, tiende a irse uniendo en una trama. Por supuesto, en mis casos, repitiéndose, esa trama es la muerte. ¡Qué a menudo, hoy día, las pequeñas tramas de la vida se nos convierten en tragedia!

La vida es una sola. Todo se relaciona con lo demás. El problema es encontrar esa conexión. Los interrogantes que yo me formulo es si quizá no me estoy buscando a mi mismo y que el modo de lograrlo, posiblemente, sea manteniéndome quieto y silencioso. Después de todo, quizá la verdad que estoy buscando nada tenga que ver con el mundo. Tendré que subir a la montaña y esperarla o encontrarla en mí mismo. Pienso que si este lugar tiene un Dios, es un Dios solitario y bárbaro, atormentado por coloridos recuerdos, hastiado del gigantesco drama inhumano de sucesivos amaneceres y crepúsculos.

Siempre me ha causado dificultades abandonar algo por falta de suerte, Más bien me gusta estar en situaciones incómodas. Puedo ser sincero y lo soy. Puedo, luego soy. Y me gusta fingir que soy Dios, pero no consigo engañarme. Hay que ser un asesino para llegar a creer eso de uno mismo. Y no sé qué es la justicia. pero la verdad me interesa. No la verdad en general, si la hay, sino la verdad de las cosas particulares: quién hizo qué, cuándo y por qué. Especialmente por qué.

El pasado es la clave del presente. A la larga casi todo se sabe y ninguna historia verdadera hace quedar bien. Hay historias tan descabelladas como la vida; si yo tuviera que inventarlas, pensaría en algo más verosímil. Otras son lo suficientemente raras como para ser verdaderas. Y hay historias que cobran más sentidos contadas que vividas.

Nada que me guste hacer el bien. Soy alguien a quien no le gusta hacer el mal. Así que valiente, no; obstinado, nada más. Lo que pasa es que no me gusta que holgazanes y buscavidas se alcen con mucho. Porque de lo contrario llegará el momento en que se quedarán con todo; algunos, para tratar de ganarse la vida, hacen que la vida sea más dura para el resto. Todo lo que consiguen los buscavidas, más tarde o más temprano, es hacerse daño. Lo bueno está cuando consigue vivir haciendo daño a los demás.

Me gusta la gente y trato de serle de alguna utilidad. Esto, por lo menos, hace la vida posible y hace que ella tenga una recompensa en sí misma. Me gusta penetrar en la vida de las personas y volver a salir de ellas. Vivir en un mismo lugar, con las mismas personas, me aburría. En cambio, me gusta dormir en mi departamento: es la única continuidad en mi vida.

Los otros viven en un mundo donde la gente hace esto o aquello porque son buenos o malos. En mi mundo, la gente hace esto o aquello porque tiene que hacerlo. Pero las cosas que en mi mundo la gente tiene que hacer, lo convierte a uno en bueno o malo en el mundo de los otros. A menudo tengo que recordarme a mí mismo que he muerto a un hombre, que todavía tengo sangre en las manos, que todo es para bien y que en el amor, la guerra y el crimen todo es legítimo.

La oscuridad me horroriza. Pero la gente es peor. Y no puedo salir corriendo: me hace falta vocación. Por eso juzgo a todo el que conozco, pero no a mí mismo, si puedo evitarlo. Encuentro mal a todo el mundo. O me voy volviendo más severo o la gente se está volviendo peor. La guerra y la inflación siempre auspician una buena cosecha de personas hediondas. Una ilusión bastante común y muy provechosa consiste en explotar más fácil al prójimo no admitiendo que pertenece a la especie humana.

Utilizar a la gente, sobre todo a las mujeres, es involucrar una parte de mí y de mi vida que deseo mantener apartadas. Esto es lo que me diferencia de una computadora o de un espía. Un vez, en un caso, me dije que era necesario, que de todas maneras ella ya tenía el hábito, que los departamentos de policía pagan informantes con alucinógenos todos los días; pero mientras la observaba fumar marihuana, no pude alejar de mí el sentimiento de que le había comprado un pedacito de su futuro.

Cuando hay intereses superiores, a veces hay que traicionar las promesas. Sin embargo, he aprendido que hay ciertas cualidades que se deben explotar. Una es el coraje; la otra, la lealtad. Estudiándola, también he aprendido que la vida es una carrera con estudiantes crónicos. Uno no se recibe ni le dan diplomas. Lo mejor que se puede hacer es postergar el aplazo. Por ejemplo, yo quisiera una píldora que actuara al revés: que en vez de hacerme dormir durante diez años, me despertara diez años atrás. Con toda la práctica que tengo, quien sabe si no volvería a cometer los mismos errores. Sucede que mi cabeza es una computadora de modelo prebinario, bastante anticuado, y cuando tengo que resolver algunos problemas no dice ni sí ni no: la mayoría de las veces dice puede ser...

Lo más importante es sobrevivir. La felicidad viene por rachas y en cuentagotas. A medida que envejezco soy más feliz. En el sillón de la sala, en 1968, por primera vez en mi vida entendí cómo se debe sentir uno cuando envejece: mi cuerpo exigía especiales cuidados y no ofrecía mucho en cambio.

Envejecer es el precio de vivir y tiene algunas ventajas. Pero como los norteamericanos no envejecen sino que se mueren, yo voy a morir antes de envejecer del todo y dejar de ser yo mismo. Y eso será compasión; tengo una oculta pasión por la compasión, pero , pero lo que sigue recibiendo la gente es justicia.

Los débiles me conmueven. Y los muertos son los más débiles de todos. Pero los blandos, los de la autoconmiseración, me dan pesadillas. Siempre tengo ligeras sospechas por los hombres que se preocupan por las viejas ricas y aun por las pobres. Soy consciente del revólver que, como un tumor benigno, llevo debajo de la axila: a veces busco apoyo espiritual en él.

Cualquier cosa humana se puede cuestionar. Pero la gente siempre me sorprende. Lo que nos ocurre a la mayoría de nosotros es que la historia se nos repite y se nos repite, y sin embargo siempre nos toma de sorpresa. Mientras que para algunos el tiempo parece detenerse, a mí me sumergió en una madurez prematura. Tengo un buen sentido del tiempo. O el tiempo tiene un buen sentido de mí. En todo caso, tengo la curiosa sensación de que el tiempo se repite y seguirá repitiéndose eternamente, como ocurre en el infierno. Pero sobre todo en los delictivos, los hechos jamás se repiten en todos sus detalles.

No me gustan los circos; me gustan los bebés; y no estar atrasado en el pago de las facturas de los servicios me hace sentir firme y seguro. Hay un tipo de economía en la vida que consiste en no gastar más de lo que se tiene ni decir más de lo que se sabe ni esforzarse más de lo necesario.
La oportunidad está donde uno la encuentra. La política depara compañeros de cama más inauditos que el sexo. Cuando las cosas aprietan, la gente cambia. Una mentira repetida puede hacerle cosas extrañas a la mente. Si se repite algo con suficiente frecuencia, termina por convertirse en una verdad provisoria. El clic de las esposas al abrirse al abrirse es muy pequeñito pero muy importante: como el ruido de una argumentación moral que cambiará su punto de apoyo.

Vivo solo. Y suele ocurrir, en ese caso, que uno sufra de paranoia. Pero estoy acostumbrado a la soledad. A medida que me han pasado los años, el ardiente hálito de la venganza se ha enfriado en las ventanas de mi nariz. Me preocupa más esa especie de economía de la vida que me ayude a proteger las cosas dignas de ser defendidas.

También soy un maniático: no tolero nada que estropee el orden natural de las cosas. Y el destino de la mayoría de la gente está determinado por el lugar, el tiempo y la familia en que nace. Sin embargo, yo, por lo menos, intento oponerme a esos factores. En el sur de California no hay nada que el mar no pueda enmendar, excepto que hay demasiados Ararats y yo no soy Noé.

Apresurarme demasiado, en mí, es un defecto y una virtud. Nunca fui paciente.

Cuando viajo solo, sin problemas de tránsito, me deslizo por mi fantasía favorita: soy una cosa movible, sin trabas, lo suficientemente joven para dirigirme hacia donde nunca había estado antes y lo suficientemente inteligente como para hacer cosas nuevas al arribar allí. Pero la fantasía me estalla cuando llego a una ciudad: soy apenas un habitante más de eso gigantesco, multitudinario.
En cierta ocasión, al descender de mi auto la noche brotó como un árbol y extendió sus ramas convertidas en florecientes montones de estrellas. Me sentí más débil y pequeño bajo la luz fría. Si un insecto vive un día en vez que dos, casi no parece tener importancia. Salvo para otro insecto.
Una vez vi una rata que corría por la sombra de una palmera, y pensé que se las ingeniaba para vivir. Andaba por la oscuridad como Juan por su casa, roía los desechos humanos, escuchaba detrás de las paredes los sonidos del peligro. Mientras pensaba en ella, sentí más aprecio por la rata que por mí. Estando en casa, suelo verme a mí mismo en una llamarada de pánico: un hombre de mediana edad, yaciendo solo, en la oscuridad, mientras la vida pasa a su lado como el tránsito que corre por una carretera.

Todos morimos demasiado pronto. Me parezco a mucha gente. Soy sólo un hombre.


LA VIOLENCIA NUESTRA DE CADA DIA

Odio la idea de que me maten sin una razón valedera. Hay hombres que necesitan un arma para completarse. La violencia suele repetirse como un tic nervioso. El asesinato nunca es lindo y a manudo el crimen se disemina como una epidemia. Hay muchos que actúan como si realmente desearan matar y ser matados. Yo conozco esa mirada de despedida, la mirada del adiós; con el revólver en la mano en la mano, preparado para la violencia, la cara se les suaviza y relaja: es la cara de una nueva clase de hombre, calmo y sin miedo, porque no le concede valor especial alguno a la vida humana. Son aniñados y más bien inocentes: pueden hacer el mal sin saberlo. Se trata de esa clase de hombre que ha crecido y se ha encontrado a sí mismo dentro de la guerra; yo los he visto ahí y demasiadas veces a partir de entonces.

Pero la cuestión no es la gente que un asesino mate. Es la idea de la humanidad lo que está descuartizando, deshaciendo y tratando de desaparecer en llamas. Un asesino no soporta la idea de lo humano.

Frecuentemente el crimen es inimaginable. Los asesinos no pueden imaginarlo. De lo contrario, no lo cometerían. Y los asesinos vienen de todas formas y tamaños. Encima, la gente comienza joven el camino que lleva hacia allí. Inician igualmente jóvenes el que lleva a convertirlos en víctimas. Cuando estos dos caminos se cruzan, se produce un crimen violento. Las víctimas de un asesinato generalmente no merecen la muerte. Los más inofensivos son, a menudo, las víctimas. Y el móvil, muchas veces, es la autoprotección. La mayoría de los homicidas creen que se están protegiendo contra alguna suerte de amenaza. No todos los homicidios se cometen para ganar algo. Tratar de explicar lo inexplicable: ¿cómo se puede cometer un asesinato con las mejores intenciones del mundo?

Nunca se puede estar seguro de lo que hará un asesino. La mayoría representan una fantasía que ni ellos mismos pueden explicar: destruir un pasado nada lamentado que parece separarlos del mundo feliz, borrar el terror a la muerte infligiéndola o enterrar alguna vieja pena que brota y se multiplica, destruyendo por fin al propio destructor. Siempre trato de eludir o terminar en forma rápida determinado tipo de situaciones. A medida que este siglo pasa (yo lo siento pasar), encuentros insustanciales y enojosos tienden más y más a derivar hacia la violencia.

Generalmente a los individuos desequilibrados les cuesta saber que otros saben lo que saben ellos. La comprobación los enfurece y los torna inseguros. Una cólera evidente y un arma cargada es la combinación que siempre he temido y que sigo temiendo.

También yo, cuando muchacho, he robado autos, he compartido paseos ilegales y camorras con las pandillas perdidas en el infinito laberinto de cemento de Los Angeles. Hasta que un policía de civil con olor a wisky me descubrió robando una batería en la trastienda de un almacén. Me puso contra la pared y me dijo qué significaba eso y a dónde conducía. No me metió adentro. Lo odié durante años, y nunca volvía a robar.

Pero recuerdo cómo se siente un ladrón. Es como vivir en una habitación sin ventanas. Y al rato es como vivir en un lugar sin muros. Se siente un frío mortal en torno al corazón y es como si el corazón fuese a morir al cabo de un instante y ya no hubiese más esperanzas, sólo furia en la cabeza y temor en las entrañas. Imagino que algunos condenados deben mirar hacia abajo con piedad y terror sólo por sí mismos, dentro de círculos más bajos que los suyos propios. El prolongado paso de la prisión fuerza a los hombres a adoptar formas inusitadas, y hay algunos que quedan transformados en santos retorcidos.

Un cuadro clásico: asesino esquizofrénico, verdugo justiciero. La gente que no cree en el divorcio a veces cree en el asesinato. Algunos asesinos y psicópatas sexuales vuelven al lugar de los hechos para poner la cabeza en el cepo. Sus cuellos ansían la soga; se esfuerzan por ahorcarse solos. En cambio, es raro lo que sucede con los estafadores: a menudo provienen de familias respetables y acomodadas.

Muchos secuestros terminan en asesinato por conveniencia. Y cada vez es más joven la gente que secuestra por dinero. Pero los motivos para el secuestro también están cambiando con los tiempos. Cada vez sucede con mayor frecuencia que no son más que descarados juegos de poder, con el único objeto de dominar a otra persona.

El dinero no siempre es lo principal en algunos intentos de extorsión. El extorsionador quizá está convencido de ello, pero lo que en realidad busca es una especie de satisfacción emocional: tomarse alguna oscura venganza de la vida. Hay personas que tienen la voz fría y llena de sufrimiento: han sufrido tanto que son inmunes al sufrimiento de los demás.

Próxima a la ruta, una luminosa pantalla de autocine, en la que dos hombres se golpeaban al ritmo de una música impetuosa, se levantaba contra la oscuridad de la noche como un gigantesco sueño de violencia. Y la sirena de los patrulleros, un lamento a la distancia, es como una proclama de nuevas amenazas de violencia que, como siempre, llega tarde.



El autor en su residencia al sur de la ciudad de San Diego, CA, USA.
WILLIAM PILGRIM

PRESENTACION



IDENTIKIT DE LEW ARCHER
Traducción de Amílcar Romero
Todos los derechos reservados

16.5.06

ACAPITES


Uno escribe sobre una curva, en el revés de las hojas, en el revés de las hojas arrancadas del calendario.
ROSS MACDONALD,
en una entrevista concedida al Newsweek.
*
A study in scarlet, escrito por el doctor John H. Watson, no fue publicado hasta diciembre de 1987, fecha en que apareció en el anuario de Navidad de Boston, firmado bajo el seudónimo de A. Conan Doyle.
NICHOLAS MAYER,
en The seven-per.cent solution,
traducido entre nosotros como Elemental, doctor Freud.

ALGUNOS ANTECEDENTES

Caricatura de Macdonald/Archer.
En lo que a publicaciones se refiere, Ross Macdonald es el autor que menos ha llamado la atención de críticos y estudiosos. Como es obvio, su héroe ha corrido la misma suerte. Hasta un punto en que la comodidad del lugar común lo ha divulgado de la misma manera que lo ha vulgarizado. Contra puesto a otros violentistas y/o románticos colegas suyos, ha pasado a ser el pachorriento, el reflexivo, el sentencioso que descarga el pensamiento luego de la acción mesurada y eficaz. También un poco el silvestre discípulo honorífico de Freud que anda con una lupa y un revólver tras la pista de un asesinato o una desaparición. “Archer es menor sentimental que Phillip Marlowe, menos cínico e insensible que Sam Spade o la Agencia Continental, y más humano que sus antecesores”, escribió John M. Muets en Contemporary Novelist.

Los giros literarios, al ser referidos específicamente a la literatura, suelen ofrecer sus riesgos. ¿Qué significa ser más humano? Qué ha sido más humanizado? ¿Qué es más verosímil? ¿O qué perteneciendo realmente a la especie lo es en mayor grado que sus semejantes?

Creo que antes de sumergirse en apreciaciones teóricas de cualquier índole, por lo menos habría que empezar por ver si el sujeto en cuestión tiene una historia personal o si, al igual que cualquiera de sus semejantes de tinta y papel, un día fue escrito y listo, abrimos un libro y simplemente estaba allí, tremendo, respirando inmortalidad, pero carente de pasado y no envejeciendo, atemporal, sin más biografía particular que esporádicos racontos o vagas referencias ambientales. Los personajes novelescos suelen adolecer de esta característica de nacer y quedarse con la misma edad en un lapso equis de vida, pero casi siempre dentro de los límites de un solo volumen; abstraídos, no tienen más remedio que abdicar en ese fluido ininterrumpido que es lo cotidiano, precisamente lo que aja y encanece.



¿PRONTUARIO?

Mapa de Long Beach, luegar de nacimiento de Lew Archer.

Lewis Alfed Archer es su nombre completo.
En realidad, él firmaba sólo Lewis A. Archer, pero se puede suponer con bastantes asideros que la inicial corresponde a Alfred. Lewis Alfred Archer, entonces, o Lew Archer simplemente, para clientes, amigos y otras afinidades, nació el e de junio de 1914, bajo el signo de Géminis, en un barriada cerca de los muelles de la ciudad de Long Beach, en el estado de California, al sur de Los Angeles. Todo hace conjeturar que su infancia tiene que haber sido muy semejante a la de todos los chicos de su condición social, aunque una de sus abuelas haya añorado un futuro de mística redención para el chico, en medio de las inclemencias de es ambiente pesado, y no sólo debido al tórrido sol subtropical: quería que fuera sacerdote. El mensaje ancestral ha sido de algún modo obedecido, pero como todo en su vida, siempre bajo el tamiz muy personal de Lew, hijo único.

Sobre los padres es donde hay una tenue pátina de misterio. Mejor dicho: tenue para mí. La única referencia que ha hecho Archer de su padre fue aquella de 1967 cuando recordó que, siendo chico, tomado de la mano, lo llevaba a vadear ríos desmadrados. Insisto: una sola vez y él era un niño.

Por lo que parece, la madre tenía ciertos prejuicios sociales y aspiraciones ascendentes. También se le conoce una sola, única referencia, y data de 1950: que ella había hecho desaparecer todas las fotos de la pelea de su hermano, el tío Jacke, cuando se enfrentó por el título mundial, a 15 rounds, con Gunboat (el cañonero) Smith. ¡Detestaba la idea de tener un boxeador profesional en la familia!

En cambio, nunca nadie le escuchó ni siquiera referirse a sus padres por sus nombres de pilas o apodos. ¿A qué se debe tanto misterio? ¿Cuál es el motivo último de la evidente obsesión de Archer por todo lo que sea el pasado. los orígenes, por una genealogía misma del crimen que, normalmente, se remonta una generación anterior cuando menos? ¿Es un bastardo abandonado que sublima en la búsqueda de extraviadas y ajenas su propia carencia de orígenes? ¿Hasta qué punto un hombre que ha ligado bastante conscientemente su vida al crimen –al punto de afirmar casi morbosamente, que el crimen siempre le interesa- no está cumpliendo el destino de un pasado estigma familiar?

Es evidente que después de tantas horas enfrascado en sus aventuras el interrogante me debe haber quedado, algo larvado, el algún estrato cercano a la conciencia. Hace poco, releyendo El simple arte de matar de Raymond Chandler, tuve un pequeño remezón interior al volver a encontrarme con esto que, en anteriores lecturas le había pasado por arriba como si se tratara de una simple disquisición estética: “Hay también algunos asustadísimos defensores del misterios formal o clásico, quienes entienden que ningún relato es un relato de detectives si no postula un problema formal y exacto, y si no dispone a su alrededor de todas las claves, con claros rótulos. Esas personas señalan, por ejemplo, que al leer El halcón maltés a nadie le preocupa quién mató al socio de Spade, Archer (que es el único problema formal de la narración) porque al lector le hace pensar constantemente en otra cosa”. ¿Dijo Archer? ¿No es cierto que dijo Archer solamente? El subrayado, que me pertenece, habla de un mero “problema formal”. A: único, dice también. ¿Cómo se puede llegar a caratular con tanta ligera frivolidad el cruel y gratuito asesinato de una persona? ¿Qué quiere decir, en el fondo, Chandler? Más lo releo y más me queda la sensación –un tanto obvia, dirá más de uno- que él a él por lo menos no consiguieron hacerlo pensar en “otra cosa”. ¿Entonces? Porque a Chandler, cuando escribía, uno sospecha que no le ocurrían esos deslices.

UN VAGABUNDO EN BUSCA DE EXPLICACIONES

Lew Archer según el plumín de un dibujante japonés.

No hay otra escapatoria que ir y ver de qué se trata ese mero único problema formal y constatar si lo es. Miles Archer fue asesinado en el invierno de 1929, en un oscuro callejón de San Francisco, cuando aparentemente iba en seguimiento de un sospechoso de nacionalidad inglesa. El impacto que lo borró de esta vida salió de una pistola automática, calibre 38 y fabricación británica. Le produjo una muerte instantánea. Y fue tan literalmente a quemarropa que el fogonazo del disparo le chamuscó el abrigo a la altura del pecho. Pero la prenda estaba totalmente abrochada, lo que indica que había sido:

(a) sorprendido de la manera más estúpida del mundo o

(b) llevado a una cobarde encerrona con un señuelo más que trayente, ya que era un hombre de mucho oficio y la abotonadura total del abrigo se constituyó en el indicio de que ni había intentado manotear el arma que calzaba en el cinto.

Hubo también otros dos evidentes interrogantes. El primero: bajo qué artilugio pudo ser arrastrado a semejante ratonera. El segundo: por qué el arma asesina había sido arrojada junto al cadáver, prueba fehaciente de que o era una torpe obra de iniciados o un cazabobos para despistar neófitos.

LOS TRIANGULOS DE LA MUERTE

Humprey Bogard, que también hizo de Philipe Marlowe, como Sam Spade en El halcón maltés.

El intrigante y desgraciado hecho ocurrió alrededor de la una y media de aquella gélida madrugada. Minutos después de las dos, un funcionario de Investigaciones que conocía a ambos socios, llama y despierta a Sam Spade para darle la infausta noticia, la que es tomada con el mismo impacto que le podía producir un boletín meteorológico de Ranchipur. Spade se vistió, pidió un taxi y llegó al teatro del acontecimiento cuando serían cerca de las dos y media. Ni siquiera quiso ver de cerca el cadáver aún tibio del que había sido, hasta hace minutos, su socio, amigo y compañero de correrías. A las dos y cuarenta, más o menos, llama a su secretaria desde un teléfono público: le pide que sea la encargada de comunicarle la buena nueva a una viuda que aparentemente todavía no sabe que lo es. Como el teléfono no le contesta, la obediente empleada se costea hasta el domicilio y constata que la mujer acaba de llegar –serían las tres y cuarto- y que monta una manida y poco convincente mise-en-scène de que se había ido a la cama junto con los pájaros...

A la misma hora, minutos más, minutos menos, en el momento en que intentaba ingresar al hotel en que estaba alojado, de cuatro balazos de 45 en la espalda es asesinado el ciudadano inglés al que venía siguiendo Miles Archer. En la pechera llevaba una Lüger sin disparar...Dicho sea de paso, nunca se supo el resultado de la pericia balística y si realmente había sido la pistola inglesa la autora del disparo. Sólo las constataciones informales del momento, por parte de la policía, que olieron el cañón del arma y la experiencia les dijo que había sido disparada no hacía mucho. Pero por más olfato que tenga un sabueso, jamás puede llegar a husmear contra qué se lo hizo. ¿Es esto también un problema formal?

EL ENGAÑO DE LAS APARIENCIAS

Afiche de homenaje a Dashiell Hammett, considerado el maestro, el que rompió los moldes y abrió nuevos caminos.
Recién a las cuatro menos veinte llegó Sam Spade a su departamento. Quince minutos para llegar, casi una hora para volver. ¿Explicación? Que había estado paseando (¡sic!) fue la que le dio a los de Investigaciones en ese amanecer, ya que sobre él comenzaron a caer inmediatamente las sospechas del doble asesinato.

Pero no fueron los únicos en acunar tamaña posibilidad. Iva Archer, la flamante viuda, se lo dice directamente a la otra mañana, en un apasionado tête a tête cuando va a verlo a la oficina que todavía, de alguna manera, sigue siendo de Miles y Sam. Incluso llega a dar el móvil: para casarse con ella, ya que viven un oculto y ardiente romance adúltero, aunque acá habría que preguntarse hasta dónde oculto: “A la larga todo se sabe”, mantendrá como una de sus grandes máximas operativas, durante su carrera, Lew Archer...

La secretaria de Sam discrepa: cree, por la actitud sospechosa de la que fue testigo, que la autora ha sido Iva. Móvil: el mismo, pero al revés. O sea, limpiar el camino para casarse con Sam, el asediado seductor.

Quitada de encima la viuda con vagas promesas de que la visitaría a la brevedad, como única y total respuesta a los acontecimientos, el inescrupuloso detective privado le ordena a la empleada que retire de la puerta de entrada el cartelito que dice Archer y Spade y que lo reemplace por otro, mucho más escueto y adecuado a la realidad, que diga Sam Spade solamente.


FORMALIDADES QUE MATAN

El afiche de El Halcón Maltés con Humprey Bogard como Sam Spade.

A esta altura, me parece, a más de uno de debe resultar difícil agruparse justo a los “asustadísimos defensores” de que habla Chandler y seguir “pensando constantemente en otra cosa” que no sea quien mató, realmente, a Miles Archer. Durante el transcurso del sonado caso de la valiosa y antigua joya –cuya reaparición, luego de cuatro siglos, produce una verdadera catarata de sangrienta violencia en la para nada apacible San Francisco de aquellos años- San Spade se enreda en una turbia relación sentimental (en realidad es muy difícil conocerle alguna diáfana) con una tal Brigid O’Shaughenessy, bellísima y joven criatura a cuyo lado una víbora de cascabel es una tierna pupila de colegio religioso. ¡Dios los cría y el viento los amontona!

Ella, al final, va a aceptar haber sido el señuelo que llevó al fácilmente seducible y notoriamente cornudo Miles Archer hacia el oscuro callejón: pero la duda reflota porque lo hace en medio de las innobles presiones de un hombre que, como Sam Spade, va a terminar entregándola a la policía a la par que no deja de declararle que está enamorado de ella. ¡Menos mal!

Otra duda. Esta: a pesar de la sollozada confesión de la bella Brigid, falta el móvil claro, hay una ausencia total de motivaciones consistentes en la gratuidad con que el pobre Miles Archer fue despenado. ¿Que en un descuido ella le robó la pistola al británico y así matar, con una fuerte evidencia, al detective privado para que la alimaña de su socio se encargara luego de sacarle del medio al inglés? ¿Y que no sabía ni tuvo forma de saberlo que otros hampones ya habían llegado y se iban a encargar del favor esa misma noche?

Muy pero muy poco convincente. Snif, snif: ¿no hay un sesgo muy sutilmente insidioso, como tajo de yilé, en lo escrito por Chandler?



CUANDO LAS COINCIDENCIAS COINCIDEN DEMASIADO


El actor Jerome Cowan como Miles Archer en El halcón maltés.
Hay dos hechos más que merecen atención y no ser dejados de lado. Uno: las edades permiten conjeturar la relación sanguínea. En el momento de morir, Miles tenía cuarentipico; Lew andaba por los catorce y monedas. Dos: no existen datos de que la pareja Miles-Iva tuviera hijos, es cierto, pero tampoco que no los tuvieran. El tres aparece solo, como conclusión obvia: todo aquello que no esté explícitamente negado puede ser perfectamente posible.

Serían demasiadas coincidencias en la vida de un hombre que, como Lew Archer, las odia, las rechaza y demuestra por qué. Además, en el momento en que retumba el disparo de la 38 en el oscuro callejón, él es un adolescente que practica surf en esas amplias y soleadas playas a la par que juega fútbol americano para el equipo del colegio donde está haciendo el secundario, y va a ser justo en esa época donde se le desata una virulenta crisis, una pesada tormenta típica de la edad, pero donde el motivo desencadenante, a pesar de su hosco silencio en torno a esto, aparece claro, por los ámbitos a donde el sismo psicológico lo va a conducir: precisamente a los que frecuentaba el padre, si es que fue Miles Archer, primero como virtual cliente y después como cancerbero...

LAS LEYES DE LA SANGRE


En 1930, en plena Depresión, el joven Lew termina el secundario. Sus compañeros de entonces lo van a escuchar afirmar que no va a seguir en la universidad, que sus magros recursos económicos no se lo permiten, pero que va a llegar a ser un detective famoso y salir en los diarios. En esa etapa plena del coqueteo y la seducción, de entrenamiento para la vida amorosa adulta, conoce el sinsabor, no ya de no poder flirtear en sí, sino de tan siquiera poder acercarse a las jovencitas que sí van a ingresar a la universidad y que son hijas de petroleros, banqueros y grandes propietarios. Un fóbico temor al rechazo por parte del mundo de los mayores le aflora bajo la apariencia del terror que siente a ser aplazado cada vez que debe dar un examen o prueba escrita.

Durante 1931 consigue su primer trabajo pago. Consiste en patrocinar salas de cine en su ciudad natal. Es la belle epoque del séptimo arte, sonorizado hace poco, cuyo emporio de ilusiones y sombras -¡Hollywood!- está a escasos kilómetros de Long Beach. ¡Si hasta uno, queriendo, puede estirar el cuello y ver el humo de sus fábricas! La Paramount, La Universal, la Metro y la Warner trabajan sin capacidad ociosa, full time. 1931 es el año de filmes como Frankestein, con el debut de Boris Karloff, o de Luces de la ciudad, con un maduro y siempre sombroso Charles Chaplin . Douglas Fairbanks está dando sus últimos estertores de galán. Buster Keaton trata de poner su cuota de desacostumbrado genio con Parlor, bedromm and bath (sala, dormitorio y baño). Se va a estrenar el primer largo metraje del Gordo y El Flaco: Pardon us, dirigido por James Parrot.

En el verano de ese mismo año, el joven Lew se va a la sierra, a trabajar en un ranch. La aguja de su sismógrafo vuelve a registrar bandazos. A finales de agosto, con el marco paradisíaco de los bosques cuando termina el estío, tiene su primer gran metejón, su asomo al mundo de lo infinito, y más que seguramente también, su ingreso físico a la vida sexual adulta.

El inevitable y siempre anticipado fin que siempre sobreviene en estos trances, luego que se ha palpado y saboreado el gusto rosado de la eternidad, en el adolescente Lew, con su reciente y doloroso pasado sobre sus espaldas, desató o una crisis mucho más virulenta o directamente fue la continuación de la que no había terminado porque a 1932 lo va a vivir como un pandillero hecho y derecho, robando autos para pasear y andar de una ciudad a otra, trenzándose constantemente en camorras callejeras con patotas rivales de Los Angeles o paseándose por los bulevares de su Long Beach al volante de un Ford A de origen tan misterioso como dudoso.

Sus peripecias tampoco aportan mayor novedad. Un policía de civil lo pesca justo cuando levantaba una batería de un depósito y de las solapas lo estampa contra la pared. No lo mete preso; no es necesario: el polizonte curtido se está mirando en su propio espejo lejano y cree que siempre debe haber una oportunidad más. Se limita a anunciarle el final que le espera a los que empiezan así; la imagen paterna es la que lo acogota y Lew va a confesar, años después,, que llegó a profesar un odio acérrimo por el autor del rudo acto humanitario, pero que, por lo menos, no volvió a delinquir.

Cuando cumple 20 años, en 1934, la tormenta parece haber amainado. Por lo menos ya ha decidido su vocación. Al año siguiente muere Iva, su madre, y Lew se incorpora como cadete al cuerpo de la policía municipal de Long Beach. Aparte de la herencia vocacional, resulta claro que allí se siente protegido, de alguna manera reencontrado consigo mismo. No por casualidad, a pesar de haber quedado completamente huérfano, solo como dedo, en 1962, ya en plena madurez, va a sacar esta conclusión: “El hombre deja de ser huérfano a los veintiún años” ¿Pirotecnia verbal a síntoma de crecimiento?