¿PRONTUARIO?
Lewis Alfed Archer es su nombre completo.
Sobre los padres es donde hay una tenue pátina de misterio. Mejor dicho: tenue para mí. La única referencia que ha hecho Archer de su padre fue aquella de 1967 cuando recordó que, siendo chico, tomado de la mano, lo llevaba a vadear ríos desmadrados. Insisto: una sola vez y él era un niño.
Por lo que parece, la madre tenía ciertos prejuicios sociales y aspiraciones ascendentes. También se le conoce una sola, única referencia, y data de 1950: que ella había hecho desaparecer todas las fotos de la pelea de su hermano, el tío Jacke, cuando se enfrentó por el título mundial, a 15 rounds, con Gunboat (el cañonero) Smith. ¡Detestaba la idea de tener un boxeador profesional en la familia!
En cambio, nunca nadie le escuchó ni siquiera referirse a sus padres por sus nombres de pilas o apodos. ¿A qué se debe tanto misterio? ¿Cuál es el motivo último de la evidente obsesión de Archer por todo lo que sea el pasado. los orígenes, por una genealogía misma del crimen que, normalmente, se remonta una generación anterior cuando menos? ¿Es un bastardo abandonado que sublima en la búsqueda de extraviadas y ajenas su propia carencia de orígenes? ¿Hasta qué punto un hombre que ha ligado bastante conscientemente su vida al crimen –al punto de afirmar casi morbosamente, que el crimen siempre le interesa- no está cumpliendo el destino de un pasado estigma familiar?
Es evidente que después de tantas horas enfrascado en sus aventuras el interrogante me debe haber quedado, algo larvado, el algún estrato cercano a la conciencia. Hace poco, releyendo El simple arte de matar de Raymond Chandler, tuve un pequeño remezón interior al volver a encontrarme con esto que, en anteriores lecturas le había pasado por arriba como si se tratara de una simple disquisición estética: “Hay también algunos asustadísimos defensores del misterios formal o clásico, quienes entienden que ningún relato es un relato de detectives si no postula un problema formal y exacto, y si no dispone a su alrededor de todas las claves, con claros rótulos. Esas personas señalan, por ejemplo, que al leer El halcón maltés a nadie le preocupa quién mató al socio de Spade, Archer (que es el único problema formal de la narración) porque al lector le hace pensar constantemente en otra cosa”. ¿Dijo Archer? ¿No es cierto que dijo Archer solamente? El subrayado, que me pertenece, habla de un mero “problema formal”. A: único, dice también. ¿Cómo se puede llegar a caratular con tanta ligera frivolidad el cruel y gratuito asesinato de una persona? ¿Qué quiere decir, en el fondo, Chandler? Más lo releo y más me queda la sensación –un tanto obvia, dirá más de uno- que él a él por lo menos no consiguieron hacerlo pensar en “otra cosa”. ¿Entonces? Porque a Chandler, cuando escribía, uno sospecha que no le ocurrían esos deslices.
Al comienzo