16.5.06

LA CONDICION HUMANA EN JUEGO


40 años. Ya es un hombre maduro y ha cambiado notoriamente el escenario de su profesión. el roce social le va a permitir pulir en parte los déficits de su precaria formación cultural, no quedarse con la boca abierta cuando le nombren a Dylan Thomas, Tombaud o Baudelaire. aunque sea de oído, en sus sentenciosas réplicas va a empezar a mechar citas del Dante o referencias al Godot de Ionesco. Es evidente que ha leído algo de Poe y hasta se atreverá a desaconsejar la lectura de Dostoievsky a una persona sentimentalmente deprimida. Como buen hijo de una gran ciudad, la carencia de espacio y los volúmenes lo han dotado de una especial sensibilidad plástica. Es admirador de Kle y se da el lujo de distinguir a un Picasso de un Chagall, también a Kloschka. Pero como buen policía, no oculta para nada la tirria que le producen los artistas, un espejo peligroso y contagiante.

En 1955 comienza afrecuentar algunas fiestas de Beverly Hills donde concurre gente ligada a la producción cinematográfica. Allí es donde se liga, en una relación corta pero intensa y de lazos perdurables, con Susana Drew, de la Warner Bros Picture, que reaparecerá, una década después, ligada a otro resonante caso como amante de un marino que estuvo en Okinawa.

Al año siguiente Archer termina en un hospital para ser recauchutado de averías varias: le falta un incisivo y la mandíbula y el tabique nasal no están en su natural integridad. Carezco de datos si se sometió a alguna operación quirúrgica reparadora, pero por lo menos debe haber reemplazado el diente faltante por uno postizo.

La década del ’60 da como resultado un Archer totalmente diferente. Asentado. Maduro. Aplomado. Más seguro, fundamentalmente, dentro del amplio margen de irresponsabilidad con que se mueve. Ya no lleva, a sol y a sombra, como diez años atrás, el revólver en la sobaquera ni en los seguimientos espía a sus perseguidos por un agujerito en el lomo del diario o una revista, haciéndose el que lee. Ha elevado status y puntería. Está en la plenitud de su metro 80 y sus 84 kilos. Su rostro muestra un aspecto rapaz: nariz demasiado aguileña, orejas muy pegadas a la cabeza y unos párpados que caen en sus inflados bordes exteriores, efecto que hace que sus ojos parezcan triángulos. ¡Idéntico al Harper de Newman! Sabe algo de yudo, pero prefiere los puños; concurre regularmente a un polígono de tiro. Como buen californiano del sur, al contacto de la cultura chicana, entiende y parlotea bastante el castellano. Como ajedrecista es un oscuro aficionado: sabe mover las piezas, hasta intenta algunas combinaciones, pero no conoce ni siquiera las aperturas más difundidas, menos que menos teoría. Sus honorarios han subido a 100 dólares diarios, más los gastos y no cobra menos de 250 dólares adelantados. Un policía de un distrito muy bien pago gana apenas 450 mensuales. En la guantera del auto lleva una cámara fotográfica y un micrófono de contacto, último modelo, que le ha costado 75 dólares. También ha dejado de lado el sombrero. Y para manejar usa guantes de dedos recortados...


¡Ah!: porta un cortaplumas en el bolsillo del saco.

De todas maneras, algunos vicios de impostura le van a perdurar. No va a perder la costumbre de, cuando le abren la puerta de un departamento o una casa, como quien no quiere la cosa, deslizar la punta de uno de sus pies en el resquicio para que no se la cierren en el hocico. O frente a algunos seres impresionables llegar al colmo de presentarse con falsas tarjetas de compañías de seguros y a nombre de otro, también credenciales policiales varias que le fueran circunstancialmente entregadas en caso de los que nunca da datos.

En 1965 abandona el bungalow; se muda. alquila un departamento de dos ambientes, cocina y teléfono, segundo piso, en un edificio también de dos, Los Angeles oeste. Es un barrio que él vuelve a definir como típico de clase media, lejos de las grandes carreteras, pero no tanto como para que deje de escuchar el zumbido del tránsito “como el zumbido de mi propia sangre en las venas”.


Sin embargo, está lejos de ser un típico representante de lo que se ha dado en exportar como la american way of life de progreso indefinido, del ahora es siempre mejor que antes. A los 51 años el total de su capital asciende a 3.500 dólares. Carece de una vivienda propia. Al auto, que es de segunda mano y tampoco último modelo, lo compró a plazos y todavía le falta pagar gran parte. De lo único que es dueño: ropas, muebles, en el bolsillo 200 en efectivo y otros 300 más en la cuenta bancaria. Tener al día el pago de los servicios lo hace sentir seguro. Como cocinero de sí mismo, no pasa de huevos revueltos, café y alguna hamburguesa que otra, las que fiel a sí mismo como es, se le arrebatan de un lado y quedan crudas del otro, pero él se permite comparar el zafarrancho con el estado mental de un esquizofrénico...

En la magra oficina siempre cubierta de una geólica capa de polvo y a la que concurre muy de tanto en tanto, la mayoría de las veces para abrir una insólita correspondencia consistente en folletos de propaganda o facturas, tiene siempre a mano, como material logístico, un revólver en el cajón del escritorio inútil, y en la supuesta gaveta para archivos de casos, una botella de wisky nunca virgen y dos camisas limpias y planchadas.

Si no lo invitan a comer en un restaurante como la gente algún cliente magnate, él para en lugares de paso frecuentados por camioneros y pide el menú de un dólar, típico de la gente que está de paso y con el bolsillo al paso. No tiene ningún hobby como no sea, cuando se levanta temprano y tiene alguna lata de maníes, darle de comer a los grajos. El baño y la lectura no son costumbres asiduas. Seguramente se lava la ropa concurriendo a algún gran lavadero con autoservicio, donde durante las esperas debe echar ácidas miradas críticas a las amas de casa presentes, practicando consigo mismo una ruda sociología de primera mano. Quién le limpia el departamento y le tiende la cama es un misterio; el estado del cubil, no tanto. Alguna vez, él mismo, dijo que era perfectamente distinguible la cocina de un hombre solo: “Están diseñadas por un escenógrafo expresionista, probablemente ruso: las piletas rebosan de agua inmunda en medio de la cual se yerguen precarias y medio sumergidas pagodas de platos sucios". ¡Qué cara de piedra!