17.5.06

JUVENTUD vs FAMILIA


Antes solía lamentarme de no tener hijos; hoy ya he renunciado a envidiar a aquellos que son padres. Los fracasos morales que la gente recibe de sus hijos son los más duros de sobrellevar y los más difíciles de evitar. Pero los niños no son siempre la barrera. Es más: he conocido hombres que se habían puesto contra sus hijos porque éstos les recordaban que ya no eran jóvenes.

Cada generación tiene que empezar desde cero y descubrir el mundo nuevo. Pero ahora este mundo cambia tan rápido que los niños no pueden aprender nada de los padres ni éstos de sus hijos. Las generaciones son como tribus enemigas, cada una en su isla de tiempo.

En esta época los jóvenes tiene que comenzar muy temprano el entrenamiento para tantos problemas. Cada vez parece más difícil hacerse adulto: por lo menos resulta más difícil entender a los jóvenes; y ante algunos de ellos a uno le dan ganas de pedir disculpas por ser el mundo como esa, porque a menudo los jóvenes vuelven contra sí mismos la cólera provocada por los acontecimientos.

Entre los que valen algo, el código de la nueva generación no es nada falso. Es un ideal bastante decente, pero que en la práctica, a veces, resulta cruel. a los adolescentes suele gustarles lo horrible. Muchos, incluso los mejores, actúan como marginados en el mundo de los adultos. Hay algunos que miran sin reconocer y sin interés, como si uno perteneciera a una raza diferente: la que tiene más de veinte años. Pertenecen a una generación cuyos mayores han sido envenenados, como los pelícanos, con una especie de DDT moral que ha dañado la vida de los hijos. Hay veces que me parece estar entrando en una ciudad distinta, una ciudad convaleciente donde ya no se libran batallas de amor y que sólo soy uno de los envejecidos sobrevivientes.
Estoy harto de la guerra de generaciones, las imputaciones y contraimputaciones, insinuaciones y discusiones. Casi siempre es el mismo problema: una irrealidad tan blanda, tan asfixiante que los hijos se libran de ella a manotazos y se clavan contra el cerco de espinas de la realidad, o crean su propia irrealidad con drogas. Los jóvenes tendrían que olvidarse de la guerra contra los adultos. Pronto ellos también lo serán, y ¿a quién le van a echar, entonces, la culpa de todo?
A veces pienso que los hijos deberían ser anónimos. No es un plan ni un sistema; preferiría que el énfasis cambiara un poco de sitio. Casi todos hacen lo imposible por vivir a través de sus hijos. Y éstos hacen lo imposible por complacer a sus padres o por olvidarse de ellos. Todos viven de través, por o contra algo o alguien que no es ellos mismos. No tiene sentido y no da buenos resultados.

En cierta ocasión, en las últimas horas de la tarde de un sábado, la playa cubierta de cuerpos al sol, se me antojó una visión del futuro, cuando cada metro cuadrado del mundo esté poblado. Encontré un lugar para sentarme, junto a un joven con una guitarra, apoyado sobre el vientre de una chica. Podía percibir el olor del bronceador en el cuerpo de ella y tuve la sensación de que todos, excepto yo, estaban unidos en parejas, como los animales en el arca. Una ola azul, coronada de blanca espuma, rompió sobre los arrecifes, más allá, y una docena de muchachos se arrodillaron sobre sus tablas como adoradores ante un ídolo.

Otra ola inmensa se levantó del mar oscurecido y trajo a la mayoría de los adeptos al surf hasta la orilla. Un corvejón voló sobre el agua a semejanza de un urgente pensamiento tardío. Una tercera ola enorme avanzó y trajo al último cultor. Este se unió a los demás, sentados en cuclillas alrededor de una hoguera encendida debajo de la saliente de una cueva natural. Sus rostros y cuerpos aceitados brillaban a la luz de las llamas. Daban la impresión de que habían renunciado a la civilización y estuvieran preparados para todo o para nada.

Constantemente, a lo largo de la costa, suele haber estas fogatas dispersas como vivaques de tribus nómades o sobrevivientes de una guerra nuclear. Cuando uno se acerca, no prestan atención: se es una aparición procedente del mundo de los adultos. Y lo malo es que hay miles de estos neoprimitivos que no parecen formar parte del mundo moderno. Pero, como un relámpago, pienso que, a lo mejor, están mejor adaptados que yo al mundo moderno. Pueden vivir como salvajes felices en las playas mientras las computadoras y calculadoras electrónicas hacen todo el trabajo y toman todas las decisiones.

Una vez pasé junto a un automóvil lleno de niños, detenido a un costado del camino. Era un Cadillac viejo, con chapa de Texas, guardabarros semejantes a alas arrugadas, y un letrero en la parte de atrás sonde se leía:




SI AMA A JESÚS, TOQUE LA BOCINA


Los ojos oscuros de los niños me dirigieron una solemne pregunta muda: “¿Es ésta la Tierra Prometida?"