17.5.06

FILOSOFIA DE USO PERSONAL Y EXCLUSIVO


A pesar de haber vivido prácticamente toda la vida en este país, tampoco comprendo a los norteamericanos. Y no vivo en un mundo terrible, sino en el real: uno de altas velocidades y baja moral. ¿Cómo lo hago? No invirtiendo mis sentimientos en castillos de naipes. ¿La historia de mi vida? Empecé como un romántico y terminé como un realista. Hoy en día no es ser buen negocio ser samaritano.

Nunca nada es tan simple; la verdad no siempre es obvia; en realidad, suele ser tan compleja como las personas que la hacen. Leí un artículo dedicado a Heráclito: todas las cosas fluyen como un río, dice el filósofo griego, y nada permanece. Parménides. por otra parte, sostiene que nada cambia y que el cambio sólo se produce en apariencia. Ambos puntos de vista me desaniman. Odio las coincidencias; he perdido mi fe en ellas. Todo, en la vida, tiende a irse uniendo en una trama. Por supuesto, en mis casos, repitiéndose, esa trama es la muerte. ¡Qué a menudo, hoy día, las pequeñas tramas de la vida se nos convierten en tragedia!

La vida es una sola. Todo se relaciona con lo demás. El problema es encontrar esa conexión. Los interrogantes que yo me formulo es si quizá no me estoy buscando a mi mismo y que el modo de lograrlo, posiblemente, sea manteniéndome quieto y silencioso. Después de todo, quizá la verdad que estoy buscando nada tenga que ver con el mundo. Tendré que subir a la montaña y esperarla o encontrarla en mí mismo. Pienso que si este lugar tiene un Dios, es un Dios solitario y bárbaro, atormentado por coloridos recuerdos, hastiado del gigantesco drama inhumano de sucesivos amaneceres y crepúsculos.

Siempre me ha causado dificultades abandonar algo por falta de suerte, Más bien me gusta estar en situaciones incómodas. Puedo ser sincero y lo soy. Puedo, luego soy. Y me gusta fingir que soy Dios, pero no consigo engañarme. Hay que ser un asesino para llegar a creer eso de uno mismo. Y no sé qué es la justicia. pero la verdad me interesa. No la verdad en general, si la hay, sino la verdad de las cosas particulares: quién hizo qué, cuándo y por qué. Especialmente por qué.

El pasado es la clave del presente. A la larga casi todo se sabe y ninguna historia verdadera hace quedar bien. Hay historias tan descabelladas como la vida; si yo tuviera que inventarlas, pensaría en algo más verosímil. Otras son lo suficientemente raras como para ser verdaderas. Y hay historias que cobran más sentidos contadas que vividas.

Nada que me guste hacer el bien. Soy alguien a quien no le gusta hacer el mal. Así que valiente, no; obstinado, nada más. Lo que pasa es que no me gusta que holgazanes y buscavidas se alcen con mucho. Porque de lo contrario llegará el momento en que se quedarán con todo; algunos, para tratar de ganarse la vida, hacen que la vida sea más dura para el resto. Todo lo que consiguen los buscavidas, más tarde o más temprano, es hacerse daño. Lo bueno está cuando consigue vivir haciendo daño a los demás.

Me gusta la gente y trato de serle de alguna utilidad. Esto, por lo menos, hace la vida posible y hace que ella tenga una recompensa en sí misma. Me gusta penetrar en la vida de las personas y volver a salir de ellas. Vivir en un mismo lugar, con las mismas personas, me aburría. En cambio, me gusta dormir en mi departamento: es la única continuidad en mi vida.

Los otros viven en un mundo donde la gente hace esto o aquello porque son buenos o malos. En mi mundo, la gente hace esto o aquello porque tiene que hacerlo. Pero las cosas que en mi mundo la gente tiene que hacer, lo convierte a uno en bueno o malo en el mundo de los otros. A menudo tengo que recordarme a mí mismo que he muerto a un hombre, que todavía tengo sangre en las manos, que todo es para bien y que en el amor, la guerra y el crimen todo es legítimo.

La oscuridad me horroriza. Pero la gente es peor. Y no puedo salir corriendo: me hace falta vocación. Por eso juzgo a todo el que conozco, pero no a mí mismo, si puedo evitarlo. Encuentro mal a todo el mundo. O me voy volviendo más severo o la gente se está volviendo peor. La guerra y la inflación siempre auspician una buena cosecha de personas hediondas. Una ilusión bastante común y muy provechosa consiste en explotar más fácil al prójimo no admitiendo que pertenece a la especie humana.

Utilizar a la gente, sobre todo a las mujeres, es involucrar una parte de mí y de mi vida que deseo mantener apartadas. Esto es lo que me diferencia de una computadora o de un espía. Un vez, en un caso, me dije que era necesario, que de todas maneras ella ya tenía el hábito, que los departamentos de policía pagan informantes con alucinógenos todos los días; pero mientras la observaba fumar marihuana, no pude alejar de mí el sentimiento de que le había comprado un pedacito de su futuro.

Cuando hay intereses superiores, a veces hay que traicionar las promesas. Sin embargo, he aprendido que hay ciertas cualidades que se deben explotar. Una es el coraje; la otra, la lealtad. Estudiándola, también he aprendido que la vida es una carrera con estudiantes crónicos. Uno no se recibe ni le dan diplomas. Lo mejor que se puede hacer es postergar el aplazo. Por ejemplo, yo quisiera una píldora que actuara al revés: que en vez de hacerme dormir durante diez años, me despertara diez años atrás. Con toda la práctica que tengo, quien sabe si no volvería a cometer los mismos errores. Sucede que mi cabeza es una computadora de modelo prebinario, bastante anticuado, y cuando tengo que resolver algunos problemas no dice ni sí ni no: la mayoría de las veces dice puede ser...

Lo más importante es sobrevivir. La felicidad viene por rachas y en cuentagotas. A medida que envejezco soy más feliz. En el sillón de la sala, en 1968, por primera vez en mi vida entendí cómo se debe sentir uno cuando envejece: mi cuerpo exigía especiales cuidados y no ofrecía mucho en cambio.

Envejecer es el precio de vivir y tiene algunas ventajas. Pero como los norteamericanos no envejecen sino que se mueren, yo voy a morir antes de envejecer del todo y dejar de ser yo mismo. Y eso será compasión; tengo una oculta pasión por la compasión, pero , pero lo que sigue recibiendo la gente es justicia.

Los débiles me conmueven. Y los muertos son los más débiles de todos. Pero los blandos, los de la autoconmiseración, me dan pesadillas. Siempre tengo ligeras sospechas por los hombres que se preocupan por las viejas ricas y aun por las pobres. Soy consciente del revólver que, como un tumor benigno, llevo debajo de la axila: a veces busco apoyo espiritual en él.

Cualquier cosa humana se puede cuestionar. Pero la gente siempre me sorprende. Lo que nos ocurre a la mayoría de nosotros es que la historia se nos repite y se nos repite, y sin embargo siempre nos toma de sorpresa. Mientras que para algunos el tiempo parece detenerse, a mí me sumergió en una madurez prematura. Tengo un buen sentido del tiempo. O el tiempo tiene un buen sentido de mí. En todo caso, tengo la curiosa sensación de que el tiempo se repite y seguirá repitiéndose eternamente, como ocurre en el infierno. Pero sobre todo en los delictivos, los hechos jamás se repiten en todos sus detalles.

No me gustan los circos; me gustan los bebés; y no estar atrasado en el pago de las facturas de los servicios me hace sentir firme y seguro. Hay un tipo de economía en la vida que consiste en no gastar más de lo que se tiene ni decir más de lo que se sabe ni esforzarse más de lo necesario.
La oportunidad está donde uno la encuentra. La política depara compañeros de cama más inauditos que el sexo. Cuando las cosas aprietan, la gente cambia. Una mentira repetida puede hacerle cosas extrañas a la mente. Si se repite algo con suficiente frecuencia, termina por convertirse en una verdad provisoria. El clic de las esposas al abrirse al abrirse es muy pequeñito pero muy importante: como el ruido de una argumentación moral que cambiará su punto de apoyo.

Vivo solo. Y suele ocurrir, en ese caso, que uno sufra de paranoia. Pero estoy acostumbrado a la soledad. A medida que me han pasado los años, el ardiente hálito de la venganza se ha enfriado en las ventanas de mi nariz. Me preocupa más esa especie de economía de la vida que me ayude a proteger las cosas dignas de ser defendidas.

También soy un maniático: no tolero nada que estropee el orden natural de las cosas. Y el destino de la mayoría de la gente está determinado por el lugar, el tiempo y la familia en que nace. Sin embargo, yo, por lo menos, intento oponerme a esos factores. En el sur de California no hay nada que el mar no pueda enmendar, excepto que hay demasiados Ararats y yo no soy Noé.

Apresurarme demasiado, en mí, es un defecto y una virtud. Nunca fui paciente.

Cuando viajo solo, sin problemas de tránsito, me deslizo por mi fantasía favorita: soy una cosa movible, sin trabas, lo suficientemente joven para dirigirme hacia donde nunca había estado antes y lo suficientemente inteligente como para hacer cosas nuevas al arribar allí. Pero la fantasía me estalla cuando llego a una ciudad: soy apenas un habitante más de eso gigantesco, multitudinario.
En cierta ocasión, al descender de mi auto la noche brotó como un árbol y extendió sus ramas convertidas en florecientes montones de estrellas. Me sentí más débil y pequeño bajo la luz fría. Si un insecto vive un día en vez que dos, casi no parece tener importancia. Salvo para otro insecto.
Una vez vi una rata que corría por la sombra de una palmera, y pensé que se las ingeniaba para vivir. Andaba por la oscuridad como Juan por su casa, roía los desechos humanos, escuchaba detrás de las paredes los sonidos del peligro. Mientras pensaba en ella, sentí más aprecio por la rata que por mí. Estando en casa, suelo verme a mí mismo en una llamarada de pánico: un hombre de mediana edad, yaciendo solo, en la oscuridad, mientras la vida pasa a su lado como el tránsito que corre por una carretera.

Todos morimos demasiado pronto. Me parezco a mucha gente. Soy sólo un hombre.